Si hubiera sido otro club el que se hubiera visto obligado a acudir a la capital ucraniana en un trance tan penoso, seguro que no hubiera tardado lo más mínimo en salir a la palestra.
Al igual que en el legendario film protagonizado por Gary Cooper, el Valencia también ha estado solo ante el peligro, expuesto a un viaje temerario y sin la protección adecuada. Al final, el desarrollo de los acontecimientos impidió que se consumara semejante desafuero. Las consecuencias, a tenor de lo sucedido posteriormente, se antojan imprevisibles. Se ha echado de menos en este preocupante serial alguna actuación gubernamental que tranquilizara los ánimos. El titular de Asuntos Exteriores, García Margallo, abonado cada verano a las agitadas noches de Xàbia, podía haber dado un paso al frente por aquello de sus vínculos y por respeto a sus amistades, con alguna declaración oficial, aunque fuera por guardar mínimamente las apariencias. Si hubiera sido otro club el que se hubiera visto obligado a acudir a la capital ucraniana en un trance tan penoso, seguro que no hubiera tardado lo más mínimo en salir a la palestra.
La sensación de desamparo provocada por la terca postura de la UEFA que se mantenía en sus trece, dispuesta a celebrar un partido en Kiev cuando se barruntaba la inevitable tragedia generaba perplejidad e indignación. Por si faltaba algo, casi a la misma hora, el capo de la Liga de Fútbol Profesional alteraba por narices el calendario y modificaba el horario previsto para el encuentro de los valencianistas en Vallecas. La penúltima ocurrencia de Javier Tebas carecía de fundamento y generaba importantes daños colaterales a terceros, lo cual le trae absolutamente sin cuidado. Pero la falta de respeto evidenciada a los equipos implicados en el cambio y el despotismo de su actuación, vienen a retratar al personaje y a ilustrar los mecanismos que rigen el fútbol español, con la complicidad de los clubes y la anuencia de sus rectores.