97 años de historia dan para muchos, muchísimos escenarios en los que la muerte deportiva e institucional del club pudo rozarse con la punta de los dedos. (…) Coño, claro que hemos estado peor. Pero pocas veces, por no decir ninguna, el Valencia ha dado tanta lástima de puertas para afuera… ni de puertas para adentro.
¿Qué más decir en una temporada en la que ya se ha dicho absolutamente todo? La derrota en el derbi ante el colista reabrió (¿se cerró alguna vez?) la herida que desangra a un equipo y a un club desvalidos, indefensos ante la incapacidad manifiesta que viene mostrando su cúpula directiva en manejar los más mínimos fundamentos de la gestión deportiva.
Se puede hablar de más o menos merecimiento ante el Llevant, un equipo en las profundidades de la tabla pero que puso su corazón y otras partes nobles de su anatomía sobre la mesa para llevarse el triunfo ‘a puro huevo’. En un partido horrible, ganó quien más lo deseó. Y ese fue el Levante. El Valencia, mientras, sigue a la que cae. En una letanía insoportable. El otoño al que hemos hecho referencia en alguna ocasión, una caída de hojas marchitas en forma de jornadas ante un inevitable e insípido final de campaña.
Sí, queda la Europa League, pero ese sueño –admitámoslo, una quimera a día de hoy si nos basamos en la realidad futbolística de este equipo- puede durar unos días, unas semanas a lo sumo, pero su pervivencia resulta inimaginable en el mes de mayo. Demasiadas eliminatorias que ganar, demasiados rivales mejores que tu. Pasar contra el Athletic supondría un subidón de adrenalina y moral más que merecido para una hinchada maltratada, vejada e insultada sin miramientos en la actual campaña… pero lo lógico sería ser ‘recogidos’ sin compasión por otro rival igual de potente en la siguiente ronda. Callejón sin salida, más que la única que todos nos tememos pero nos da tristeza pronunciar en voz alta.
La temporada ha sido, está siendo y seguramente acabará siendo una castaña infame. Y, sin embargo, hay voces que insisten en que no estamos tan mal. “Siempre ha habido crisis”, insisten. “Hemos estado peor”, sueltan. El Valencia anémico del que hablábamos hace unos días, debilitado tras tanta disculpa, de tanto quitarle hierro a los batacazos. La estadística, sin embargo, se empeña en no darle la razón a los apologetas. Los números, tozudos ellos, retratan a un Valencia histórico en su horripilante realidad, un equipo incapaz de mantener su portería a cero en Liga a lo largo de una vuelta completa. 14 puntos extraídos de los últimos 45 en liza (toda la era Neville) serían guarismo más que suficiente para que un entrenador hubiese sido destituido no una, sino varias veces ya, en aquel Valencia medio serio que nos queda en la cabeza como un remoto fragmento de memoria. El sector paniaguado no desfallece. “Hemos estado peor”. Para morirse.
Sí, hemos estado peor: 97 años de historia dan para muchos, muchísimos escenarios en los que la muerte deportiva e institucional del club pudo rozarse con la punta de los dedos. El ejemplo más recordado, un descenso de categoría hace treinta años. Un descenso que, tres décadas después, se encuentra a siete puntos de distancia. Siete. Con una plantilla de Champions. Con una inversión de más de 200 millones de euros en jugadores. Con el cuarto presupuesto de Primera División. Coño, claro que hemos estado peor. Pero pocas veces, por no decir ninguna, el Valencia ha dado tanta lástima de puertas para afuera… ni de puertas para adentro.
A mayor inversión, mayores expectativas. A mayores expectativas, mayor desilusión. De eso podríamos escribir un libro. Cuando hace dos años desembarcó Peter Lim en Valencia, lo hizo con su mochila de defectos y virtudes. Las traía de serie, no han surgido de la noche a la mañana. Por desgracia, el apartado deportivo –que, recordemos, sostiene a todo lo demás dentro de una S.A.D.- empieza a ser tan indefendible que afecta al resto de parcelas. El resultado salta a la vista: la 2015-2016 será recordada por siempre como la temporada del desencanto. Todo lo que sube, baja. Qué rematadamente mal se han hecho las cosas. En estos casos, una gestión puede ser deficiente, incluso dañina, pero ahí debe estar la masa social para corregir el rumbo. Una masa social a la que se puede intentar ocultar el desolador panorama durante un periodo limitado, pero que al final discierne la realidad de la ficción. “Se puede engañar a unos pocos todo el tiempo o a todos durante poco tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo”. Grandísima verdad.
Al contrario que los señores de Meriton, el valencianista de a pie no necesita conocer la idiosincrasia del club porque la lleva grabada en la piel, inmersa en el torrente sanguíneo. Pide poco y da muchísimo. Por ejemplo, acudir incondicionalmente a Mestalla cada quince días para presenciar en vivo y en directo los ridículos que les brindan sus muchachos. Pero, cuidado, en la lista de las escasas peticiones que realiza a su club, hay tres asuntos innegociables: identidad, esfuerzo, carácter. Lo primero se está perdiendo a palazos a base de dirigir el club como si del Football Manager se tratase; lo segundo se batió en retirada hace meses, a tenor de las bochornosas imágenes captadas a pie de césped en el Ciutat de Valencia protagonizadas por futbolistas a las que se la trae bien floja lo que está ocurriendo; y lo tercero brilla por su ausencia en un vestuario carente de líderes tanto en el banquillo como en el terreno de juego.
Desde 1919 el Valencia se ha pegado batacazos insignes y ha atravesado etapas turbulentas, oscuras y sin aparente salida, para siempre acabar alzándose de nuevo. En todos los casos, ha sido necesaria una catarsis más o menos brutal para resurgir y volver a caminar en la dirección correcta. Ha mordido el polvo en mil y una ocasiones, para ponerse en pie en mil y dos. Esta temporada tenemos ejemplos para parar un tren. Y, si miramos apenas a la última década, recordamos ridículos espantosos con Nuno ante el Deportivo en Copa, con Djukic y Pellegrino ante rivales menores en Liga, con Emery siempre que se cruzaba un equipo con cierto renombre (Barça, Madrid, Atlético) en un torneo de eliminatorias, con Koeman a lo largo de toda su trayectoria en competición liguera, con Quique y esos ‘apasionantes’ 0-0 que generaron innumerables pancartas (“¡Quique, me aburroooo!”)… Y eso, sólo tirando de memoria reciente. Ser del Valencia nunca implicó alentar a un equipo que se paseaba por los campos a golpe de goleada y marcha militar. El sufrimiento, por el contrario, sería un mejor elemento definidor. Al valencianista no le gusta lo fácil: le gusta lo auténtico.
Pero convendría no olvidar que los procesos de rearme y curvas ascendentes posteriores a estos periodos en los que el club besaba la lona no llegaban de manera impostada, ni a golpe de tuit sutilmente programado ni ‘hashtags’ alentando remontadas imposibles en el País de las Maravillas. No… El Valencia siempre se ha levantado de los golpes tras mucha autocrítica, mucho autoanálisis y cambios radicales (y, por regla general, necesarios) en su manera de funcionar. Para salir de la mierda, primero debes tomar conciencia de que te llega hasta el cuello. Sin eso, sin una profunda reflexión, lo único que se aplican son parches provisionales y tan inútiles como aquellos que hundieron al club en dicha situación.
Hay que mirar abiertamente al verano. Empieza la enésima reconstrucción del Valencia Club de Fútbol. Esta vez, el proyecto ha ‘durado’ dos años. El discurso está agotado, y las figuras representativas –la de Gary Neville y muchos de los futbolistas- han sido quemadas en la pira sin miramientos, quizá de manera inconsciente por un propietario que buscaba el efecto contrario. La revalorización pretendida se ha tornado en depreciación. Esta temporada, el proyecto ha mordido el polvo. Toca edificar uno nuevo, desde cero. Y en el que Peter Lim, ya vilipendiado e insultado abiertamente por los mismos que jalearon su llegada –hablaremos de eso a final de temporada-, tendrá que ponerse el mono de faena. Recuerde lo que siempre le decimos desde Valencia, señor Lim: esta no es una empresa más.