Un club como el Valencia no puede ser nunca el más bonito ni el que fiche más caro pero si puede ser siempre un equipo competitivo, incómodo para el rival, capaz de salpicar cada temporada con dos o tres gestas memorables y un paso firme, orgulloso y feroz por el campeonato.
Reconozco que me aterraba febrero. Era el punto de inflexión entre luchar por Europa o por no pasar apuros. Por fortuna ha salido cara. Y ha salido cara porque una vez más el cambio de entrenador ha salido bien. Mérito de Pizzi y mérito de Rufete y Ayala. Mérito por tanto de Salvo. A favor de este cambio es que no parece arbitrario y desesperado. Sin Braulio y su idea de fútbol bonito pero blando el Valencia de Rufete si parece tener un plan. Ha costado tiempo deshacerse del lastre esteticista pero recuperamos identidad. La identidad del VCF debiera ser innegociable pasara lo que pasara. Un club como el Valencia no puede ser nunca el más bonito ni el que fiche más caro pero si puede ser siempre un equipo competitivo, incómodo para el rival, capaz de salpicar cada temporada con dos o tres gestas memorables y un paso firme, orgulloso y feroz por el campeonato. Al Valencia sus hinchas no le pedimos filigranas ni títulos. Le exigimos carácter y voluntad. Con carácter y voluntad un equipo como el Valencia puede que no gane la liga pero difícilmente se acostumbrará a quedar temporada tras temporada a más de 20 puntos del campeón. Con carácter y voluntad Mestalla recuperará la ilusión perdida. Con carácter y voluntad las gradas volverán a poblarse de todos aquellos que no quieren sentirse estafados semana tras semana. Es comprensible que en tiempos tan convulsos las militancias futboleras también se cuestionen los valores que un equipo transmite. Son las consecuencias del profesionalismo exacerbado. Una grada ya no es un reducto de fanatismo ciego. Vale que el club está por encima de todo pero Mestalla nunca fue escenario para metafísicas. Aquí manda el juego. O lo que es lo mismo, la voluntad de competir y ganar. Mestalla no aspira a la santidad moral ni a ser bandera de ideologías trasnochadas que tanto gustan a quienes siguen retozando en el fango de los tópicos.
Sería más fácil mecerse en la postura melancólica del perdedor pero eso es mala literatura. La mala literatura seduce por su maniqueísmo. Y el maniqueísmo es pan cómodo para los perezosos que beben en los lugares comunes. Hasta premios Goya como David Trueba juegan con esa mercadería falsa que haría vomitar al mismísimo Luís Aragonés. El fútbol es otra cosa. Y eso lo sabe bien Mestalla. El fútbol es ganar. Querer ganar. Que históricamente un club como el Valencia haya sido siempre alérgico a las posturas de lo literario entronca a la perfección con ese carácter insatisfecho, exigente y voraz de Mestalla. Esa ferocidad nos ha hecho muchas veces caer en el abismo de la autodestrucción pero ha sido también, al mismo tiempo, el estiércol sagrado sobre el que nos hemos levantado una y otra vez para volver a intentarlo.
Puede que la temporada ya sólo sea una temporada de transición pero es evidente que Pizzi es válido. Sería bueno aprender de los errores cometidos en estos años de identidades volubles y sueños que no eran nuestros sueños. El Valencia tiene a su favor condiciones y músculo para sostener la bandera de la alternativa. Es un club respetado y admirado en Europa, mucho más que en España. Es un club con historia, palmarés y masa social. Sólo necesita creerse su lugar en la trama. Hacerse fuerte en ese espacio. No dejarse seducir por modas ni por delirios de grandeza. No dejarse engañar por políticos, demagogos y vendecabras. Tiene la convicción, el poso, la voluntad. Muchos buenos jugadores quieren jugar en el Valencia. Pero tiene que ser el Valencia el que sepa hacer ver a esos jugadores que Mestalla no es trampolín, ni un lugar donde acomodarse. El jugador que juegue en el Valencia ha de hacer suyos los valores que la entidad potencia en su relato. Ha de haber un respeto por la profesión, por el club, por la militancia que pone de manera enfermiza pero incondicional buena parte de sus sueños de infancia en manos ajenas. Quien no comprenda eso no puede jugar en el Valencia. Quien no sepa transmitir eso no puede dirigir al Valencia. Si profesionalidad y doctrina van de la mano, el Pueblo de Mestalla no fallará.