El caso Alcácer

Ambos, el Valencia y Alcácer, son responsables de esta nueva sacudida en el corazón de la afición.

Estábamos esperando el cierre del mercado para valorar desde esta tribuna de opinión cómo había actuado el Valencia a la hora de confeccionar la plantilla. La venta de jugadores siempre se puede compensar con fichajes y hasta el 1 de septiembre no nos parecía prudente hacer juicios de valor. Sin embargo, el caso Alcácer va más allá de lo deportivo y de lo económico. El delanterto de Torrent era un símbolo del valencianismo y su venta es muy dura de asimilar. Aunque algunos, por intereses propios, quieran polarizar la culpabilidad de su salida exclusivamente en el club o en el jugador no se puede. Ambos, el Valencia y Alcácer, son responsables de esta nueva sacudida en el corazón de la afición.

El jugador

Es cierto que los futbolistas son profesionales y que su vida laboral es corta y que, con toda probabilidad, el Barcelona ganará muchos más títulos que el Valencia en los próximos cinco años. Es evidente que Alcácer está en su derecho de hacer lo que él considere mejor para su futuro pero que nadie le pida a la afición que comprenda su decisión. Cualquier seguidor de un club de fútbol cree irremediablemente que su equipo es el mejor del mundo. Cuando los jugadores que componen la plantilla coinciden con ese sentimiento se abraza la esencia de esta pasión. Ver a un canterano señalarse el escudo después de haber marcado un gol es la aspiración ideal de cualquier hincha. Alcácer significaba eso para el valencianismo y ahora ha decidido irse. Sin más y por sorpresa (hasta hace escasas semanas). Por otra parte, el delantero de Torrent se va al Barcelona para ser suplente. Otros jugadores menos jóvenes y con menos arraigo en sus clubes de origen como Vietto, Gameiro o Bacca renunciaron a tener el papel secundario que ahora asume Alcácer. Pedir condescendencia para él es insostenible. Sólo los elegidos anteponen su amor por el club a otras consideraciones. Desde Puchades a Gayà (hasta nuevo aviso) pasando por Arias, Fernando o Albelda entre otros, tienen un sitio en la historia del Valencia como mitos. Alcácer, como Robert Fernández, ya nunca podrá aspirar a eso.

Por último, conviene hacer otra lectura sobre la decisión de Alcácer. Que un futbolista que lo tiene todo en uno de los mejores clubes de España se vaya a ser suplente en el Barça significa que la miserable obra de Javier Tebas está alcanzando su cénit.

El club

Layhoon Chan y Suso García Pitarch han perdido su credibilidad por completo. Las palabras de la presidenta en la Convenció de Penyes fueron «no queremos vender a Alcácer» y después el director deportivo ratificó el mensaje. A alguien dentro del club se le ocurrió jugar con la terminología, el matiz de decir «no queremos vender» en vez de «no vamos a vender» debió parecer una genial idea para cubrir las espaldas de los dirigentes en caso de que la operación, como ha sucedido, acabara realizándose. Pero cuando se juega con el lenguaje puedes perder, sobre todo, si infravaloras la inteligencia de los demás. Cuando un club expresa su voluntad de no querer vender a un jugador hay que remitirse, automáticamente, a la cláusula de rescisión. Sin embargo, el Valencia ha vendido a Alcácer por menos de la mitad de lo que marca su contrato. La estafa es evidente. Por otra parte, el argumento de que se ha negociado con el Barcelona porque ha sido el jugador el que ha mostrado su interés por salir tampoco vale desde el momento en el que a Parejo, públicamente, se le negó esa posibilidad. Si Layhoon Chan hablaba poco para no cometer errores cabe concluir que toda su estrategia comunicativa desde que llegó ha saltado por los aires. Esto, sin duda, marca un antes y un después en su mandato y en la valoración del mismo.

Conclusiones

Es posible que el sustituto de Alcácer dé más rendimiento deportivo e incluso económico aunque esto último será más difícil. Puede también que, con el tiempo, conquiste el corazón del valencianismo y se convierta en el nuevo ídolo de la afición. Ése sería el mejor de los escenarios y, aún así, el Valencia se habrá dejado por el camino parte de su identidad y una gran cantidad de amor propio. No hay consuelo… quizá sí en el plano económico y en el deportivo pero nunca en el sentimental.

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