La sucesión de movimientos, algunos más visibles que otros, la abundancia de rumores y el fuego cruzado de intereses, complica el conocimiento de la realidad y la valoración de los detalles
El nuevo año empieza con emociones fuertes: debut de Pizzi en el banquillo, derbi contra un rival que se resiste en Mestalla, donde nunca ha ganado pero donde se ha abonado al empate en sus cuatro últimas visitas; y sin olvidar que, a renglón seguido, viene eliminatoria copera contra el campeón vigente, ese espejo en el que se mira el valencianismo ansioso por disfrutar los éxitos que, diez años atrás envidiaba la afición del Calderón cuando dirigía su mirada hacia aquel Valencia pletórico en el ejercicio del doblete. La cuesta de enero se antoja, por tanto, apasionante.
Pero el cuadro está incompleto, porque además de lo que suceda sobre el césped, un asunto fundamental aparece como telón de fondo: el futuro institucional de la entidad. De su desenlace depende el rumbo de la entidad, sujeta en la actualidad a una incertidumbre que debería resolverse en el primer mes de 2014, aunque nadie puede garantizar que la solución no se prolongue en el tiempo.
La sucesión de movimientos, algunos más visibles que otros, la abundancia de rumores y el fuego cruzado de intereses, complica el conocimiento de la realidad y la valoración de los detalles. Nadie puede aventurarse en los pronósticos, las sombras se proyectan sobre un escenario en el que pocos se atreven a descubrir su identidad y sus intenciones. El juego de las máscaras entretiene a un entorno mediático atento pero desorientado. Nadie puede presumir de saber cómo acabará una historia que va camino de convertirse en una odisea.