EL ANÁLISIS de Paco Polit
Seguramente, Peter Lim no habría imaginado la noche previa al arranque de Liga 2016-2017 un panorama como el actual. No es difícil visualizarlo en una de sus lujosas residencias a mediados de agosto, buscando el descanso de la almohada –diferencia horaria mediante- mientras las suaves olas de sueño le mecían en forma de contundente triunfo ante Las Palmas. Una victoria para apaciguar al pueblo y templar ánimos, para mirar al futuro deportivo con optimismo tras (otro) verano convulso en el que, apenas semana y media antes, había estrechado la mano a Josep María Bartomeu y pactado la salida de Paco Alcácer.
En el ‘best case scenario’, el Valencia debería llevar a estas alturas un pleno de victorias ante Las Palmas, Eibar y Betis. Incluso podríamos contentarnos con cuatro o seis puntetes, zona media de la tabla. Por el contrario, nos encontramos con un ‘rosco’ monumental en el casillero y el farolillo rojo como bochornoso recordatorio.
¿Qué diablos ha pasado para empezar la temporada tan rematadamente mal?
No estamos aquí para averiguarlo, aunque se nos ocurren varias ideas. Puede que una plantilla descompensada, con tres porteros que están para jugar y apenas cuatro centrocampistas (de los cuales siempre usas tres cada partido), tenga la culpa. Es posible que, como consecuencia, este Valencia tenga una larguísima lista de jugadores a los que el cuerpo les pide marcar goles (Parejo, Nani, Rodrigo, Medrán, Enzo, Fede, etc.) y apenas un par que tengan clara la necesidad de evitarlos (Mario Suárez… y poco más). Puede que emplear un sistema táctico a tumba abierta y con el campo ensanchado al máximo, con los laterales siempre en terreno de juego rival, tenga algo que ver con las derrotas. O el hecho de no tener en nómina un delantero centro ‘puro’. O la casuística de haber reforzado una demarcación delicadísima y que todos sabíamos era prioritaria –la pareja de centrales- en el último día de mercado y sobre la bocina, con la competición ya empezada y sin el necesario periodo de encaje y adaptación. Incluso, si les apetece, podemos echar mano de la tan manida ‘mala suerte’ (sic), para explicar la inexistencia de puntos en el zurrón.
Dicen que los clubes se ven, de verdad, en las malas. Que desvestir a una entidad deportiva y despojarla de la cobertura que otorgan unos buenos resultados sobre el césped es la mejor manera de comprobar si hay algo ahí debajo, si los fundamentos son sólidos. La belleza y la fealdad del fútbol: una retahíla de victorias pueden sostener e incluso legitimar una gestión salchichera y lamentable –por estos lares hemos visto casos así en repetidas ocasiones-, y del mismo modo, no hay dirección de club, por modélica e impecable que sea, que resista con certeza el vendaval huracanado causado por una crisis de resultados.
Tras una temporada a todas luces patética, con el aquelarre colectivo que desencadenó la salida de Nuno, la broma pesada que supuso el paso de Gary Neville por el banquillo y el aterrizaje de Pako para salvar los muebles y poco más… la gente esperaba lo mejor de este equipo. Resultados. Fútbol. Hambre. Compromiso. Algo tan diferente, tan bien hecho, que eliminase el regusto amargo de un año para olvidar.
Y la gente se ha dado de bruces con un 0 de 9 y muchas, muchísimas dudas.
BREVE HISTORIA DE LOS ‘ARRES’ Y SUS AUTORES
No hace demasiados años, los lunes después de derrota dura eran los más entretenidos en Paterna. Que al equipo le pintasen la cara tenía una consecuencia al día siguiente en forma de ‘Llorentina’. Allí acudía Manuel Llorente a primera hora, se metía en el edificio principal de la Ciudad Deportiva a paso ligero y se reunía hasta con el encargado de seguridad. De Manolo siempre se decía –y era verdad- que no entendía de fútbol, pero sí era un especialista en ‘apretar’ y tener a todos con el cuello tenso.
No vamos a hacer revisionismo: de aquella época hay mil y un errores a destacar (compadreo con los jugadores importantes, fichar unilateralmente a Pellegrino, ningunear a Braulio más veces de las deseables, la austeridad impuesta a todos los niveles excepto en el de su propio salario, su incapacidad para comunicar y explicar a la gente la realidad del club, etc.), pero ese detalle, el de tocar con profusión los cataplines y buscar una reacción (que solía llegar tarde o temprano) se le daba particularmente bien. Emery lo sufrió en sus carnes tres largas temporadas.
Antes de Llorente, fue ampliamente recordada aquella reunión a principios de 2009 en el vestuario de Mestalla entre Fernando Gómez y la plantilla. El entonces director deportivo bajó al barro para cantarle las cuarenta a un grupo de jugadores en caída libre de resultados, casualmente en los meses en los que había retrasos en sus nóminas. Ahí había varios pesos pesados: Albelda, Villa, Silva, Marchena, Baraja, Mata, Joaquín… Ante eso, sólo un tipo con más de quinientos partidos con la camiseta valencianista y mucha mili a sus espaldas podía entrar a la jaula de las fieras y salir indemne. Llegó el dinero, la deuda se solventó y el equipo volvió a ganar partidos, aunque no fue suficiente para entrar en Champions a final de temporada.
Y si echamos todavía más la vista atrás, encontramos ejemplos de todos los colores, especialmente en épocas de vestuarios repletos de tipos con carácter capaces de hacerle ver al entrenador de turno que jugando de determinada manera no se iba a ninguna parte: es público y notorio el encontronazo que hubo con Héctor Cúper en la 99-00, que acabó con Camarasa entrenando con el Mestalla y el Piojo López de vacaciones ‘forzadas’ durante veinte días hasta que las aguas se calmaron. La hemeroteca está ahí. O los continuos ‘pollos’ entre bambalinas en la época de Quique y Carboni, con un presidente ‘missing’ que, mientras observaba impertérrito como su mujer se pulía millonadas en regalitos para los viajeros del ‘charter’ del equipo, había tenido la brillante idea de juntar a dos archienemigos a trabajar codo con codo esperando que las rencillas funcionasen por arte de magia. En esa época no se ‘apretaba’ tras una derrota: se disparaba con bala a través de las trincheras mediáticas, sin hacer prisioneros.
Volvamos a la pregunta inicial: cuando las cosas van mal, ¿quién da un golpe sobre la mesa en el Valencia actual? Desde luego, mirar a los jugadores es (parece ser) una pérdida de tiempo. La última década ha supuesto un transitar lento pero constante hacia la despersonalización del fracaso dentro de la caseta, compuesto en años recientes o bien de tipos muy jóvenes, o bien de tipos con los que la cosa no parece ir con ellos. Salvo honrosas excepciones, los integrantes de la plantilla son reacios a agarrar la bandera y demostrar autoridad cuando la soga aprieta. No es debatible: es comprobable. Y tampoco es achacable a ellos, sino al perfil de jugador que el club y sus responsables han ido firmando con el paso de los años. Hace una década, pegabas una patada al suelo y te saltaban potenciales capitales por todas partes. Ahora, debemos hacer todos un esfuerzo consciente para poner nombre y apelido a los dos o tres jugadores que podrían, o deberían, desempeñar ese rol. ¿Enzo? ¿Parejo? ¿Y quién más?
Subamos un escalón y echemos un vistazo al cuerpo técnico. Tenemos a Pako Ayestarán, entrenador que amasa un balance de 10 puntos cosechados de 33 posibles desde que es técnico del Valencia CF. Un técnico que ha aguantado estoicamente este verano mientras le vendían a André, luego a Mustafi y finalmente a Alcácer, tres hombres que serían parte de cualquier once titular a día de hoy. Un tercio de la alineación tipo vendida, y otro tercio del teórico once (Garay, Mangala y Munir) aterrizando en la ciudad el 31 de agosto. Todo el curro de la pretemporada, ‘a fer la ma’. A trabajar sistemas tácticos y automatismos deprisa y corriendo, lejos de la intención inicial (lo dijo el propio Ayestarán en una ronda de entrevistas en junio) de tener la plantilla prácticamente cerrada al empezar el trabajo a principios de julio.
Con todo, el vasco está lejos de ser un preparador contrastado en la élite, por lo que sigue siendo una incógnita el nivel de credibilidad que mantiene sobre la caseta. Le acompañan en su labor tipos como César Sánchez, que sí retiene dotes de liderazgo arrastradas de sus últimos años en activo, pero cuya labor –muy próxima a los futbolistas, ya que todavía lo ven como uno de ellos- quizá se antoja insuficiente para revertir situaciones tan delicadas.
Otro escalón más: Suso García Pitarch y la presidenta Lay Hoon Chan. Dos figuras que, de nuevo, han quedado muy ‘tocadas’ tras los acontecimientos de este verano. El caso de Suso es particularmente sangrante, tras su llegada a principios de año con la tarea de poner orden en una parcela en la que había reinado el caos desde el ‘Caiogate’ de junio de 2015. A Pitarch se le han ido escapando entre los dedos todas las primeras opciones (Kostic, Diawara, Albiol…) mientras las salidas importantes, la ‘caza mayor’, era pactada o bien por George Mendes o bien por Lim. Sí ha sido eficiente a la hora de soltar lastre en las salidas (acierto indudable), pero esa imagen de los últimos días de mercado junto al agente portugués tiene una interpretación cuasi inequívoca. Y, pese a todo lo anterior, Suso es el único que todavía puede tener cierto poder para plantarse en Paterna y pegar cuatro gritos. Entre otras cosas, porque su superiora, la presidenta, no posee ni las tablas ni el conocimiento intrínseco de los mecanismos del fútbol al llevar poco más de un año en estas lides.
Quizá el problema de este Valencia reside en un error de planteamiento muy básico. Quizá nadie en Meriton había pensado en que habría dificultades en la hoja de ruta, y nos hallamos ante un club diseñado por su propietario para navegar plácidamente en las aguas de la bonanza y buenos resultados. Quizá el ‘Plan B’ no funciona porque nadie cayó en la cuenta de que, a lo mejor, hacía falta tener ‘Plan B’. La temporada pasada, desde luego, retrató en este sentido a Peter Lim. Lejos de sacar los cañones (y lo que rima) tras la destitución de Nuno y buscar un técnico de élite contrastado para guiar la nave en aguas turbulentas, el empresario echó mano de un amigacho sin experiencia ni currículum que ha reconocido recientemente, sin ningún tipo de cortapisa, que aceptó el encargo como favor personal.
Así, en un organigrama en el que el máximo propietario manda mucho, hace y deshace, contrata y despide, vende y compra a voluntad, negocia y mercadea cómo y con quien quiere, parece lógico pensar que el más indicado para dar un ‘arre’ a los muchachos y buscar una reacción urgente de un equipo en crisis es Peter Lim Eng Hock. Y es aquí cuando el círculo se cierra: no parece que al dueño del club le apetezca demasiado aparecer por Valencia a bajar a la caseta cuando el personal está cabreado como una mona. Cuestión de idiosincrasia: lo que aquí es frenesí y nervios en busca de una solución, en Singapur es calma y sosiego mientras se sondea un remedio al problema. El famoso ‘timing’. Y Lim, como hace en el resto de empresas de su portfolio, se toma su tiempo en valorar la mejor opción. Un drama de doble vertiente: ni le sobra el tiempo a este equipo, necesitado de una reacción lo antes posible; ni el Valencia puede gestionarse, ni mucho menos, como una empresa más.