A nivel local, necesitamos nuestra particular ‘Gran Sentada’. No sólo sería recomendable: es absolutamente necesario. El Valencia CF ha padecido un proceso de demolición sin precedentes en lo que respecta a la identificación de su gente con sus valores más nucleares.
«La gran marea de camisetas rojas y amarillas, caras risueñas y respiraciones etílicas en consonancia con la celebración, discurría en paralelo al lecho del Garona, tranquilo y sereno a dos horas del partido. Mientras la columna de gente marchaba en procesión, fila de a dos debido al angosto resquicio entre los árboles, los cánticos se adueñaron del pueblo, animado y confiado antes de la primera batalla de la Eurocopa. La República Checa aguardaba en el estadio, y no se podía fallar. Mientras unos y otros cavilaban y debatían sobre la alineación y las expectativas, pronto las canciones crecieron en intensidad conforme el Estadio de Toulouse se adivinaba en el horizonte. De pronto, las trescientas personas se arrancaron a homenajear al responsable de que el idilio con el triunfo hubiese arrancado ocho años atrás: “¡Luis Aragonés! ¡Luis Aragonés! (…)”»
"Se necesita una Gran Sentada de todos los estamentos alrededor de la selección, si no nos unimos más va a ser difícil. El espíritu de equipo lo debemos dar entre todos". Corría el verano de 2004 cuando Luis Aragonés, al que todavía no se había designado como seleccionador, proponía un imposible. Una quimera. Un punto de consenso irrealizable en el país más cainita de Europa. Su otra propuesta (identificar a la Selección con su color, ‘La Roja’, una denominación ya reclamada muchas décadas atrás por Chile) tuvo algo más de éxito, eso sí.
La ‘Gran Sentada’ que proponía Luis entre jugadores, técnicos, dirigentes, clubes, periodistas, aficionados y cualquier estamento relacionado con el fútbol nunca se produjo ‘de facto’. Nunca hubo reunión alguna. Sí tuvo lugar, sin embargo, algo más importante: la creación, tras mucho tiempo persiguiéndolo, de un sentimiento de colectividad. De identificación total y absoluta con un ideal, un espíritu de equipo. El Sabio triunfó donde todos los demás habían fracasado.
Antes, sin embargo, a Luis le dieron “hostias” (lo repetía hasta la saciedad) por lo de Raúl, por los resultados, por las alineaciones… Los mismos que se jactaban de que íbamos a jubilar a Zidane (sic) acribillaron al día siguiente al seleccionador. Luis se equivocó cediendo ante ellos, dando bola a Raúl en lugar de mantener a Albelda, y los galos aprovecharon el regalito. A casa. Dos años después, sin embargo, la historia sería bien distinta.
A nivel local, necesitamos nuestra particular ‘Gran Sentada’. No sólo sería recomendable: es absolutamente necesario. El Valencia CF ha padecido un proceso de demolición sin precedentes en lo que respecta a la identificación de su gente con sus valores más nucleares. No estamos hablando de rendimiento deportivo, de política económica ni de gestión diaria: estamos poniendo sobre el tapete ‘eso’ que mueve al acólito cada quince días a patearse Valencia o a 'arrearse' un viaje largo en coche para acudir al Cap i Casal y sentarse en su butaca de Mestalla. Hablamos de desafección, de desapego, de desgana, de desilusión. A pocos días de arrancar una nueva temporada, no es ni mucho menos el panorama ideal.
El Valencia necesita un consenso entre las partes. Quizá tan imposible como el que planteó Luis en su momento, pero digno de ser planteado. No puede ser que el club busque vea enemigos en todas partes y no acepte opiniones disidentes. No puede ser que el aficionado de a pie proteste por absolutamente todo. No puede ser que la Grada de Animación y la entidad sean incapaces siquiera de sentarse a solventar sus diferencias. No puede ser que desde los medios se lancen más de treinta nombres (contabilizados rigurosamente) de futbolistas “a punto de venir” (sic) para acabar arrancando la pretemporada sin novedades en el apartado de altas (Nani se hizo oficial cuando sus nuevos compañeros ya llevaban dos días de trabajo en Paterna). No puede ser las peñas no se impliquen más en el día a día de la institución. No puede ser que los veteranos sigan sometidos a un papel residual, centrado en la labor social, cuando podrían aportar mucho más si se les dejase. No puede ser que Paterna siga siendo un ‘bunker’ y se prive a los aficionados de ver lo que hacen sus futbolistas, grandes y pequeños. No puede ser… pero es.
La manera de articular este consenso escapa a mi conocimiento. Desconozco si la solución ideal sería, efectivamente, ‘sentar’ a representantes de todas las partes buscando puntos en común. O si lo mejor sería esperar a que la pelota entre en la portería rival para que todo el mundo se monte en la habitual ola de euforia en cuando se enlazan un par de resultados positivos. En líneas generales, se trata de cohesionar una serie de elementos que se han disgregado con el paso del tiempo, el desgaste, el demoledor proceso de venta y la manipulación de las masas en pos de un escenario crispado y de enfrentamiento permanente. Tras aquello, sólo quedó tierra quemada en la base, un sustrato que se ha ido abriendo camino poco a poco hasta alcanzar la superficie y manifestarse con virulencia en la 2015-2016.
Sea lo que sea, es tarde para cambiarlo. Es pasado. Pero nos corresponde evitar que invada nuestro presente y futuro. A ese movimiento agresivo, instigador de pasiones subyacentes y negativas, corresponde un contrapeso equilibrado y más elevado que todavía no se ha manifestado. Mientras los responsables de aquello siguen promoviendo una masa acrítica, unidireccional y portadora de antorchas y horcas, es hora de que el resto demos un paso al frente en busca de algo parecido a una paz social. La concienciación del entorno valencianista debe producirse a partir de un precepto sencillo: si no remamos todos en la misma dirección, al equipo no le ‘da’. No basta. No posee los mimbres ni la calidad suficiente, pese a la millonada invertida en su confección. Pudo verse con crudeza la temporada pasada. Empezar la campaña con un sector pidiendo la cabeza de Nuno desde el mismo partido de presentación, además de dejar a los jugadores alucinando (“nosotros no fuimos los que enrarecimos el ambiente con Nuno”, dijo Gayà en Levante-EMV hace unos días), fue un bonito –y absurdo- ejercicio de autodestrucción que, por nuestro bien, no debe volver a repetirse.
Estamos en el tercer proyecto de Meriton al frente del Valencia. Viendo los precedentes (una cuarta plaza y una duodécima), hay mucho margen para la mejora. Pero nada de eso tendrá lugar sin esa unión que debe trascender a la palabrería y a los mensajes oficialistas (cada vez más vacíos) que se lanzan desde el club. El primer paso es la voluntad, y no parece demasiado coherente el reclamar unidad cuando el propio Valencia no saca media hora para sentarse con su Grada de Animación. La unión no puede ser un eslogan ni una frase hecha. Al igual que la ‘Gran Sentada’ de Luis quedó en nada, un movimiento así no tendría ningún impacto a medio o largo plazo. Aragonés sí logró aglutinar a todo un país detrás de una idea futbolística. ¿Puede el Valencia hacer lo propio? ¿Puede la entidad convertir esa idea de ‘cultura de club’ en una realidad tangible y relevante, o seguirá tratándola como un concepto hueco que queda muy bien en las ruedas de prensa?
Hay que tener voluntad. Hay que tener ganas. Hay que tener predisposición. Hay que dejar a un lado egoísmos, personalismos, revanchas, ‘vendettas’ y la eterna búsqueda del beneficio propio. Soy muy pesado citando a Rafa Lahuerta –a su padre, más bien-, pero no me queda más remedio: “Servir al club y no servirse de él”. Y a base de eso, de servir al club, hacer buenas las palabras del hombre que cambió la historia del fútbol español para siempre: “En primer lugar tenemos que saber entre todos qué es lo que tenemos en realidad y a dónde podemos llegar de verdad. Y, a partir de ahí, empezar a trabajar”.
En cualquier otro lugar que no fuese Valencia… no parecería tan difícil. Sentados o no, no podemos permitirnos más tiempo con los brazos cruzados. Ya no.
«El partido no había sido, ni mucho menos, un camino de rosas. Sólo sobre la bocina, un certero cabezazo de Piqué había evitado que los 1.300 kilómetros por carretera se tiñesen de decepción. El 1-0 dejaba dudas en el aire, pero la marea de camisetas rojas y amarillas abandonaba el estadio satisfecha, exhausta de tanto animar y blanca de sufrimiento. La travesía se hizo más ligera con el triunfo y los debates volvían a tomar protagonismo. Pero, nuevamente, no hizo falta demasiado para que todos, sin excepción, volviesen a recordar al hombre que había abierto la puerta. A quien unificó, por fin, el sentimiento colectivo de todo un país en la búsqueda de la gloria deportiva. “¡Luis Aragonés! ¡Luis Aragonés! (…)”»