A vueltas con el eterno retorno

El recelo crece y se reproduce alimentado por la incógnita y la familiaridad de revivir situaciones que, hace no mucho, suscitaban indignación y provocaban que el personal pusiese el grito en el cielo. La polarización de la masa social dibuja un panorama radicalmente distinto si hacemos el ejercicio mental de preguntarnos cosas


No sabemos cuándo se dictó sentencia ni bajo qué circunstancias se fijó la condena. Sólo sabemos que nos hallamos en plena penitencia. El eterno retorno en Valencia no es un concepto etéreo ni filosófico, sino real y tangible. ¿Qué es, sino, la historia de este club? Una sucesión de épocas gloriosas intercaladas con periodos de decadencia absoluta. Una montaña rusa. Emociones contrapuestas. Una manera de entender la vida.

Escribía Manuel Jabois hace unos años que no comprendía cómo podía haber gente que no fuese del Real Madrid. “Es como renunciar voluntariamente a la felicidad”, sentenció. No hace falta recalcar que una gran mayoría de la población de este santo país disiente de tal afirmación. Quizá porque entender la felicidad como algo ligado a lo material –un trofeo de metal- describe perfectamente a la persona que lo siente. Una frase lapidaria propia de aquellos a quien importa sólo conseguir cosas, y no la manera de obtenerlas.

Por Valencia siempre nos gustó nadar a contracorriente. La felicidad (sic), a principios de la década pasada, eran los pomposos ‘galácticos’ de Florentino. Y jamás dio algo tanto gozo al valencianismo como repartir infelicidad a mansalva en aquellas dos Ligas conquistadas a los de Chamartín y a los otros dieciocho equipos de la categoría. Éramos los malos. Éramos el invitado inesperado. Éramos incómodos. Y eso, para qué negarlo, molaba mucho.

El eterno retorno. Son muchos los que andan estos días a vueltas con una situación que les resulta, cual ‘deja vu’ peliculero, extrañamente familiar. Ven la apuesta por Pako Ayestarán al frente del equipo y sospechan. Escuchan hablar a la presidenta y sospechan. Observan a la bonachona figura de Peter Draper paseando por la ‘fan zone’ y sospechan. Conocen la lamentable manera (en forma y fondo) de despedir al jefe de los servicios médicos y sospechan. Escuchan los nombres de los hipotéticos fichajes de este verano y sospechan.

A pocas semanas de arrancar oficialmente el tercer proyecto de Meriton al frente del Valencia, tanta sospecha no augura nada bueno.

El pueblo anda desorientado porque se siente engañado. “Esto no fue lo que nos prometieron”, se comenta. Sin querer entrar a valorar dichas afirmaciones, sólo tenemos que ponerles un contexto muy básico para entender lo ocurrido. En primer lugar, para que exista un engaño ejecutado en base a promesas debe haber dos elementos fundamentales: un engañador, y un engañado. O, más bien, alguien predispuesto a ser engañado. En segundo, recordar que todavía no ha habido promesa expresada en público por parte de Peter Lim o de Layhoon Chan que no se haya cumplido… principalmente, porque ellos no suelen prometer nunca nada. A partir de ahí, extraigan ustedes sus conclusiones.

El recelo crece y se reproduce alimentado por la incógnita y la familiaridad de revivir situaciones que, hace no mucho, suscitaban indignación y provocaban que el personal pusiese el grito en el cielo. La polarización de la masa social dibuja un panorama radicalmente distinto si hacemos el ejercicio mental de preguntarnos cosas. Así, a lo loco. Sin solución de continuidad e hilando escenario tras escenario a golpe de hipótesis. ¿Qué hubiese pasado si el Valencia de Llorente acabase duodécimo una temporada? ¿Se sería igual de duro con Ayestarán si además de Suso lo avalase Salvo? ¿Es la comparativa de Alesanco con Rufete pertinente o injusta? ¿Por qué ahora Albiol es guay como posible fichaje pero hace tres veranos era una castaña? Preguntas, preguntas y más preguntas que, por desgracia, es necesario hacerse cada vez más a menudo ante un panorama desolador. 44 míseros puntos tienen la culpa.

El eterno retorno valencianista arranca cada verano con la misma cantinela, la de “el año que viene no me renuevo el pase” si se viene de un año desastroso, o la de “este año lo ganamos todo” si la temporada ha acabado con buenas sensaciones. ¿Término medio? ¿Para qué? El derrotismo total o el triunfalismo más exacerbado son opciones mucho más atractivas. Montaña rusa, ¿recuerdan?

Las tendencias, por el contrario, son claras a lo largo de 97 años de historia en el seno de la entidad. El ciclo es constante, generoso en anécdotas y muy previsible. Arranca con una fase ilusionante, y sigue con los habituales cambios estructurales, de organigrama, de entrenador, de jugadores, de presidente… pero siempre siguiendo un patrón concreto y preocupante: pocas veces las decisiones se basan al 100% en criterios profesionales. Siempre hay ‘algo’. Ocurre ahora con Meriton, ocurrió con Salvo, ocurrió con Llorente, con Soriano, con Soler, con Ortí, con Cortés, con Roig… Se ha institucionalizado el colegueo, y no hay nada más peligroso para una entidad que aspira a la excelencia que normalizar algo que debería dar vergüenza (propia y ajena) a aquellos que lo instigan y lo consienten. Todo acaba envuelto en llamas y derrumbándose cual torre de Mordor, para renacer poco después con energías renovadas. “El Valencia siempre se levanta”.

Sí, joder, ¿pero no sería más fácil si no se empeñan en que bese la lona cada dos por tres?

Sería suicida hacer un análisis o predicción de lo que nos aguarda en la 2016-2017 a estas alturas, con un técnico recién ratificado y sin una miserable incorporación para saber por dónde sopla el viento. Del mismo modo, diseccionar lo que ha dado de sí una de las temporadas más infames de la historia del club en el plano deportivo supondría un ejercicio poco instructivo y muy masoquista. Queda claro, palpando el ánimo del aficionado, que no esperaba que Meriton fuese a atreverse con Ayestarán. Esperaban a alguien con más ‘caché’. Hay descontento, es evidente. Como también lo es que la gente apoyará al equipo en el arranque de temporada. La fidelidad también ha sido una constante en este último siglo.

Pero hablemos del riesgo. En mayúsculas. Peter Lim ha efectuado, en su particular mesa de póker, un ‘all-in’ sin quizá saberlo. Como los niños pequeños saben si pretenden salir airosos cuando sus padres se enfadan, el tres es el número mágico de la paciencia. Nuno fue el primero. Neville, el segundo. La afición, el seguidor de a pie, verá rebosar su vaso si Pako también se la pega. Con la apuesta por el técnico de Beasain en su primer proyecto desde cero en un gran club, Peter Lim ha puesto sobre el tapete su credibilidad. También Layhoon Chan, como cara visible de Meriton en Valencia. También Suso García Pitarch, como hombre que propuso al vasco como opción viable para el banquillo. Y también el propio Ayestarán, cuya acusada confianza en sí mismo puede venirle bien para torear a este morlaco pero quizá pueda ser contraproducente si las cosas se tuercen.

Cuatro figuras, cuatro 'kamikazes' que han apostado doble o nada al éxito en la campaña venidera. Y todo, en un contexto de recorte y ahorro económico en la confección de la plantilla que ha pillado desprevenido al hincha más exaltado, que soñaba con fichajes bomba y grandes nombres que pudiesen revertir un año tan plagado de sinsabores. ¿Pronto para aventurar lo que ocurrirá? Evidentemente. ¿Arriesgado? Muchísimo. Demasiado para nuestro gusto.

No hace falta tirar de refranero para saber que para algunos viajes no son necesarias determinadas alforjas. Pero, como decíamos, el término medio no ‘vende’. No es atractivo. Ese equilibrio entre expectativa, ilusión y realidades pondría en peligro la maquinaria sistémica tan perfectamente engrasada que lleva provocando el lanzamiento de trastos a la cabeza en Valencia desde tiempos inmemoriales. Hacen falta ‘buenos’ y ‘malos’ para reducir el cuento a su esencia más básica. Es fundamental criticar de manera enfurecida y agria a algo, cualquier cosa, no importa que hace dos telediarios lo estuvieses defendiendo a capa y espada. La lógica no hallará jamás un lugar donde asentarse por estas tierras. Piensan aquellos forasteros que visitan nuestro entorno que son las Fallas las que dotan a los valencianos de ese carácter ‘fallero’, sin caer que es precisamente esa forma de ser incendiaria, inconformista y caliente la que da sentido a la fiesta. Construir y destruir, ensalzar y quemar a lo bonzo. Y la rueda vuelve a girar. Todo cambia, para que todo siga igual.

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