«Prometer, prometer…»

Ceder en ámbitos como la militancia y la exigencia para aumentar el espacio concedido a la volubilidad y el capricho ha convertido un entorno ya de por sí crispado en un auténtico infierno de odio, rabia, decepción y mierda


“El mejor truco del diablo fue convencer al mundo de que no existía”. Si buceásemos en la lista de grandes ‘hits’ de este corte, habría otra candidata clara al podio: “Este no es el proyecto que se nos prometió”.

¿Disculpen?

No, en serio. ¿Alguien ha oído a Peter Lim prometer algo?

Echar balones fuera es natural: después de todo, resulta difícil de digerir que aquello que se defiende a capa y espada con ahínco y vehemencia resulte ser un ‘bluff’ con todas las letras. La única manera de hacer más llevadero el trago es revolverse contra la realidad, despotricar de todo, afirmar haber sido engañado y agarrar la primera bandera que pase como estandarte, con la esperanza de que la gente olvide con la misma rapidez con la que se da el cambio de chaqueta. Disparar contra algo, lo que sea, buscando la salvación personal y no soluciones. Quedar bien y no arreglar el desaguisado. El ‘yo, yo, yo’ por delante de la salvaguarda de una esencia, unos principios, una identidad y unos colores. Egoísmo. Egolatría. Demasiado ego en forma de piedra arrastrando al club al fondo del pozo.

“El proyecto tenía buena pinta”, “el año pasado las cosas sí salieron”, “hemos tenido mala suerte”, “se ha juntado todo”, “han engañado a Peter Lim” (WTF), “la abuela fuma”… Hablemos claro. El problema de los planes descabellados en los que un club casi centenario sirve como probeta de experimentación para empresarios sin experiencia en el mundo del fútbol es que, si la flauta suena, se benefician unos pocos; y, por el contrario, si la cosa no funciona… nos jodemos todos.

La crisis que atraviesa el Valencia, la peor en treinta años, no parte de un problema coyuntural. Los males, el veneno, son netamente estructurales, producto de la perniciosa confrontación entre una humareda espesa compuesta falsas promesas y expectativas desorbitadas contra una política de hechos consumados. El ejemplo perfecto lo encarna la controvertida figura de George Mendes. Aquellos que osamos asociar al superagente con el Valencia a finales de 2013 (tras la llegada de Douwens, Postiga, Vezo…) nos topamos con un comunicado oficial desmintiendo la información. Bien. Un mes después, aparecía en Valencia un tal Peter Lim para comprar la entidad… de la mano de Mendes. En ese momento, sí era un vínculo productivo para el club. Incluso representantes del Valencia loaron su figura en su propia biografía oficial. Con el tiempo y los roces, la presidencia insistió en que Mendes “no pintaba nada” cuando llegó la hora de hablar de la venta Otamendi… y la cosa acabó con Salvo y Rufete fuera del club. Mendes ahora pasaba a ser el enemigo público número uno. Y así siguió hasta que se echó a Nuno: entonces, Mendes –en la enésima vuelta de tuerca- pasaba a segundo plano porque al nuevo entrenador lo habían elegido “otros”, porque su influencia en Lim había dejado de ser grande y tal. Hace unos días, Peter Lim estuvo en Manchester y se fotografió… con Mendes. Hoy sí, mañana no. Hoy no, mañana sí.

Díganme ustedes, ¿qué es más probable? ¿Qué todos esos avatares anteriormente descritos sean reales… o que la influencia y papel del portugués (vital) en el plan de negocio de Peter Lim para con el Valencia haya sido exactamente el mismo desde antes del proceso de venta hasta el día de hoy?

La decepción, a nivel personal, no puede ser mayor. En la misma temporada el valencianista ha tenido que ver cómo le pintaba la cara el Barcelona con ocho goles que entraron de cabeza en el panteón de los grandes ridículos de la historia del club. Cómo el peor Levante de la década se llevaba un derbi por una simple cuestión de actitud. Cómo equipos de medio pelo le pintaban la cara sin apenas esfuerzo. Cómo un Villarreal plagado de suplentes le bailaba en Mestalla y celebraba, en pleno territorio hostil, su clasificación para la Liga de Campeones sin que nadie arquease ni una ceja desde la grada. Cómo la Champions League era tirada por el desagüe tras medirse a equipos inferiores sobre el papel. Cómo los números de la era Neville convirtieron a la entidad en el hazmerreír de toda Europa. Muy duro. Y todo ante la indiferencia de una hinchada que, con la fidelidad del podenco de raza, ha acudido a la llamada del dueño de su corazón cada quince días para recibir como ‘premio’ el proverbial golpetazo con un rancio periódico enrollado.

Y aquí nadie mueve un pelo. Nos pasa poco para lo que nos merecemos, por acción u omisión. Ceder en ámbitos como la militancia y la exigencia para aumentar el espacio concedido a la volubilidad y el capricho ha convertido un entorno ya de por sí crispado en un auténtico infierno de odio, rabia, decepción y mierda. La coherencia en las opiniones y la credibilidad se batieron en retirada en el momento en que hablar de fichajes de relumbrón, castillos en el aire y listas de Reyes Magos impresas a tres colores se convirtió en una buena manera de ganar dinero, ‘clicks’ y notoriedad. El día en que se empezó a tirar por el camino fácil en lugar por el camino correcto, ese día, es cuando todo empezó a irse al carajo.

Hay que recordarlo todas las veces que haga falta: ni hace unos meses todo era cojonudo, ni ahora estamos condenados a penar por toda la eternidad. Hay solución. Peter Lim ha puesto un dinero importante en el Valencia. Ha invertido. Eso le legitima para tomar las decisiones que crea convenientes. Ese es el foco brillante en medio de tanta oscuridad. De ahí que lo errático de su política no case con su teórica visión para los negocios. O no somos capaces de ver el cuadro al completo, o de verdad está cometiendo errores de bulto que lastran tanto su negocio como la entidad deportiva que nos apasiona. Sea como sea, estamos ‘apañaos’.

Habrá quién se indigne por lo que acaba de leer. Habrá quien insulte, despotrique y persista en disparar contra todo aquel que ose cuestionar el país de la piruleta del que se hacía propaganda diaria hasta hace no demasiado. Habrá quien opte por seguir con la venda en los ojos y echar las culpas sobre el escribano, sobre quien se limita a expresar una opinión basada en realidades. Perfecto, está en su derecho. Mientras ellos pierdan el tiempo rebozándose en el lodo de la polémica, los demás tenemos la obligación de buscar una salida a esta situación. De elevar el listón. De ejercer una crítica constructiva y razonada. De moderar expectativas visto el desastre de club derivado de un proceso de venta viciado desde el primer día. De aprender de lo sucedido y cuidarnos de falsos profetas. Club. Club por encima de todas las cosas, de cualquier individuo, propietario, dirigente, entrenador o jugador. De buscar un equilibrio. Mesura. Sensatez. Ecuanimidad. Moderación. Como decíamos, coherencia. De la crisis más brutal de la historia del club (1986) se salió con estos mimbres, pero sobre todo tirando de coherencia.

De los setecientos ochenta y cuatro nombres de entrenadores y jugadores que se han oído y van a oírse en los próximos días… Hechos consumados. De las ideas y proyectos… Hechos consumados. De lo que piensa Peter o deja de pensar… Hechos consumados. Lo único que tengo confirmado respecto a la temporada 2016-2017 es que mi culo estará en mi asiento de siempre. ¿Lo demás? Cuando lo vea.

Me decía hace unos días uno de los patronos que votaron a favor de la venta, con tono lacónico, que no esperaban un desenlace como el actual. “El papel lo aguanta todo”, decía. El papel puede que sí… pero nosotros no. Estamos hartos de aguantarlo todo. De que se justifique todo. De la vergüenza que da todo.

Y de que, a menos que empecemos a ejercer de una santa vez nuestra responsabilidad, no vaya a cambiar nada.

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