«Porque precisamente ese va a ser el principio del fin de Nuno Espírito Santo en el Valencia. Ni los resultados, ni la mala imagen, ni los cánticos: perder la confianza de sus muchachos»
Me descubro cometiendo uno de esos deslices típicos de la profesión: el de escribir sobre sensaciones en caliente, después del soberano repaso que el KAA Gent (un equipo modélico a todos los niveles) le pegó al Valencia en tierras belgas. El 1-0 no hace justicia a lo visto sobre el césped. Sólo Jaume, como viene siendo habitual, dio la cara y evitó una humillación todavía mayor. La estadística oficial otorga al Valencia un disparo (¡uno!) entre palos en noventa minutos. Este texto podría finalizar con ese dato. ¿Para qué seguir?
Un buen motivo para hacerlo sería, por ejemplo, el de hacer memoria.
En DIARIO DE MESTALLA se ha tratado con profusión la figura de Nuno Espírito Santo desde el primer día. Y eso que el grado de admiración por la figura de Juan Antonio Pizzi, echado del club de manera indigna tras demostrar en seis meses más compromiso por la entidad que otros personajes durante años, era altísimo. Se comprendió la coyuntura y se dio un voto de confianza. El experimento empezó fenomenal, con buenos resultados y un técnico que demostraba un dominio de la escena superior a la media. No sólo controlaba lo que sucedía en el césped, sino lo que tenía lugar fuera de él. Mientras la ola de positivismo y apoyo barría todo lo demás, y cimentando el éxito en un Camp de Mestalla inexpugnable, Nuno pudo poner el piloto automático y disfrutar del paisaje y de los vítores. Incluso, por el camino, llegó una renovación –precipitada, a todas luces- por tres temporadas, hasta junio de 2018.
Luego llegó el 13 de enero y empezaron las dudas. Pero la ola se mantenía fuerte. Los sectores disidentes, críticos, que pedían explicaciones respecto a la vergonzosa eliminación en una Copa del Rey que podría haber supuesto la alegría de la década para la hinchada, fueron acallados sin piedad. Atacados y vilipendiados por un sector que lo disculpaba todo, que lo defendía todo, que tragaba con todo. Amparado en un aparato mediático repleto de altavoces (bastante bravucones y maleducados, por regla general, que antes adoraban lo que ahora odian con toda su hiel), el técnico se tomó el KO copero como una simple piedra en el camino. Mientras la tensión en el seno del club crecía y el pulso entre los bandos (Rufete y Salvo por un lado, Nuno y Mendes por el otro) se hacía más y más evidente, el bólido sufragado a talonario limpio (más de cien 'kilos' en fichajes) llegaba justito de gasolina a la meta. Alcácer borró la zozobra de un plumazo. Objetivo conseguido. Todos contentos.
Lo ocurrido en verano, mil veces detallado, y la terrible factura que la masa social ha pasado al técnico (de Nuno Espírito Santo a Nuno Anticristo en apenas un mes) sólo fue el preludio para un inicio de temporada que trajo consigo más de lo mismo. Las mismas carencias que el año pasado. Los mismos puntos flacos. Pero, hete aquí la novedad, sin un Otamendi en pleno pico de forma salvaje capaz de salvar los muebles, ni un Diego Alves cuya hoja de servicios salía a media docena de milagros por jornada. Los millones que habían costado los futbolistas y su calidad eran suficientes para ganar partidos al tran-tran, por la mínima, sin el menor brillo y siempre con esa pizquita necesaria de suerte. Pero los sopapos han ido encadenándose y aumentando en intensidad: derechazo al mentón del Zenit, gancho tremendo del Athletic, hostia a mano abierta del Atlético de Madrid y monumental cornada en Bélgica.
Con todo, Nuno tenía salvación. Mantenía el as bajo la manga de Peter Lim, por aquello de que ser colega del dueño de la empresa suele ser aval suficiente para que te pasen por alto cosas que a otros les costarían el puesto. Semejante red de seguridad es toda una garantía para cualquier profesional en cualquier sector laboral, y el fútbol no iba a ser una excepción…
… a menos que te haga pensar que dicho respaldo te da derecho a saltarte sin miramientos uno de los códigos más importantes del fútbol: el del vestuario.
Porque precisamente ese va a ser el principio del fin de Nuno Espírito Santo en el Valencia. Ni los resultados, ni la mala imagen, ni los cánticos: perder la confianza de sus muchachos, los hombres que cada domingo saltan al terreno de juego y de cuyo rendimiento depende la cabeza del entrenador.
Tener durante toda la infancia a un entrenador con título nacional como modelo a seguir te hace entender, desde bien joven, muchas cosas. Crecer entre botas, balones, banquetas raídas, campos de tierra y aquel pegajoso olor a linimento te permite presenciar, en primera persona, eso que ahora se denomina “gestión de grupos”. Ver a papá entrar al vestuario tras una dura derrota, animar al equipo y, ya con todos fuera, encerrarse con el delantero para cagarse en sus muertos por no bajar a defender en los corners. En privado. O hacer un aparte con el capitán porque tiene problemas con su familia y eso está afectando a su rendimiento. En privado. O consolar a un prometedor juvenil cuyo puesto se acababa de poner en entredicho tras conocer el flamante fichaje de otro lateral zurdo. En privado. Siempre en privado. Aquel juvenil, por cierto, acabó jugando en Primera División. Todavía lo hace.
La confianza en las personas, me decía, es como un jarrón de cerámica. Cuando la traicionas, cuando dejas caer el jarrón, no hay vuelta atrás. Puedes recoger los trozos y, con maña, pegamento y mucha paciencia, soldar uno a uno los pedazos hasta recomponerlo… pero ya nunca será igual. Las grietas quedarán ahí para siempre como recordatorio. En Gante, Nuno dejó caer con estrépito su particular jarrón chino de porcelana. “Yo nunca he dejado de contar con un jugador que me demuestre que quiere estar en el equipo", dijo en referencia a Negredo. Una crítica durísima, lo suficientemente velada como para no quedar como un tirano en público pero lo suficientemente explícita como para que fuese directa a la línea de flotación del delantero. Una frase desafortunadísima por lo que supone (atacar abiertamente a un futbolista al que no has convocado durante cinco partidos seguidos, con el agravante de haberle hecho viajar a Bélgica en esta última ocasión), pero sobre todo por lo que implica: que el míster se siente tan fuerte, tan respaldado, que cree que su dominio sobre la caseta es total. Que su mano férrea lo controla todo.
Se equivoca. Y ese error será el que, al final de la corrida, le cueste el cargo.
Lim ya conoce el percal. El aficionado ya lleva el mosqueo de serie, es imposible que la masa social esté más quemada con la imagen del equipo. Y los futbolistas, esos que deben sacar adelante la situación, ya tienen una doble excusa: por un lado, la consagración de Nuno como ‘ogro oficial’ aleja del vestuario la lupa del escrutinio popular; por el otro, el ataque frontal a uno de los suyos (para más inri en el caso de Negredo, en pleno momento de debilidad) aleja todavía más al entrenador del grupo. Recuerden que “hacer la cama” a un técnico no significa que la plantilla haga todo lo que esté en su mano por cargárselo.
En ocasiones, simplemente basta con no hacer todo lo que esté en su mano por salvarlo.