«¡Qué pequeños son! Celebran una victoria ante el Madrid como si hubiesen alzado un título», pensarán algunos. No lo entienden. Ni lo entenderán. (…) No hace falta que venga un asesor clintoniano a recordárselo. Es la ilusión, estúpido.
Copa del Rey al margen (tela marinera con el choque ante el Espanyol), reconozcamos que es imposible sonreír más, destilar más alegría y caminar con más despreocupación esta semana. Evidentemente los grados de mundo 'happy' varían según la persona, pero el tono general es lo que cuenta. Cinco años sin poder hacerlo. Se dice pronto.
Una de las primeras cosas a lamentar tras la épica victoria del pasado domingo ante el Real Madrid fue precisamente la presencia del torneo del KO, como un mazacote incómodo que el calendario había puesto en el trayecto a mediados de semana, perfecto para enjugar batacazos y que se hable de otras cosas. Ya sólo se ha referencia al derbi madrileño, a Torres, Simeone, Cristianos y Ancelotti. Y por estos lares, al cruce de octavos ante el Espanyol. El subidón de ganarle al líder sólo duró dos días.
Pero fueron, eso sí, dos días maravillosos e insuperables a todos los niveles.
¿Por qué el estado de euforia tras ganar al Real Madrid? ¿Por qué el pueblo vive feliz y contento por un triunfo que, a la postre, sólo sirve para sumar tres puntos en la tabla? ¿Por qué ahora sí y antes no?
Las horas perdidas y palabras malgastadas debatiendo en los últimos cinco años no cabrían en este texto. La mayoría, derrochadas inútilmente en un vano intento de explicación a personas fuera de Valencia respecto a la idiosincrasia que tenemos por estos lares. "Joder con Valencia, nunca estáis contentos". "Vaya con los valencianistas, siempre metidos en líos". Y así hasta el infinito. Frases hechas con aroma a bacalà, procedentes por regla general de lugares (Madrid o Barcelona) donde harían bien en centrarse en sus propios problemas. El olor a letrina que desprende Can Barça, en particular, es digno de mención.
A base meterla con sangre, la letra acabó entrando. La leyenda del público de Mestalla, injusto, implacable con los suyos, en un permanente y perenne estado de descontento vital, acabó por extenderse por todo el país y parte de Europa. El tiempo y las circunstancias han demostrado, una vez más, que los valenciólogos de asador, copa y puro se equivocaban. Sólo hay que ver el ambiente del pasado domingo ante el Madrid. De las primeras jornadas ante Barça y Atlético. La pasión con la que se vivió la remontada ante el Basilea el pasado año, y los tambores de guerra que resonaron en toda la Comunitat con la eliminatoria de mayo ante el Sevilla de infausto recuerdo por aquel injusto y desafortunado epílogo en el minuto 93.
La fama quedó pegada a machamartillo y sin posibilidad de réplica. Huelga reconocer que, durante un tiempo, el Valencia les proporcionó material de primera. Fundamentalmente, tras calentar el morro al Real Madrid galáctico arrebatándole dos Ligas en pleno apogeo merengue de estrellas y millones. Sólo eso ya le aseguraba un lugar privilegiado en el panteón del pim-pam-pum que la maquinaria madiática florentinesca ejecuta y devora a velocidad de vértigo.
Tras los éxitos, la caída en desgracia: presidentes con bigote y manirrotos como nunca se había visto antes, dimisiones y destituciones por un tubo, caos institucional, la larga mano de la banca y la política dentro de la entidad, amenazas de concurso de acreedores, intentos de secuestro, ceses de técnicos anunciados por encapuchados a las tantas de la madrugada… Todo lo acabó pagando el respetable, vilipendiado en su imagen pública y que veía como se atentaba de forma periódica contra el honor de su entidad. Por si no era suficiente con lo que tenía que presenciar semana a semana sobre el césped.
Futbolísticamente, la involución vista entre 2008 y 2012 encajó a la perfección con la política predicada desde la presidencia. La excusa sirvió para los de dentro, y para los de fuera. "¡Pero si sois terceros, qué mas queréis!" Ha pasado el tiempo pero la sangre hierve ante semejante ejemplo de conformismo. Lo que comenzó siendo un plantillón con aportes significativos (Villa, Silva, Mata) a aquella selección española que conquistaría Europa y el mundo entero, acabó desguazado y en ruinas, mientras el hincha se acostumbraba a victorias insípidas basadas en cierta regularidad, tropezones incomprensibles en cualquier torneo de eliminatorias con un mínimo de enjundia, y hostiazos absolutamente criminales cada vez que el equipo trataba inútilmente de plantar cara a un Madrid, a un Barcelona, a cualquier equipo grande de Europa.
Aquel Valencia conformista, aquel Valencia 'loser' y sin aspiraciones, aquello fue lo que hizo huir al público de Mestalla. Ni más, ni menos. Ni crisis, ni leches. Cuestión de ilusión. Una "botella" que Manuel Llorente siempre trató como un objeto más de la casa, en lugar de edificar el edificio en torno a ella. Por eso antes no, pese a acabar terceros tres años seguidos. Por eso ahora sí, aunque no se haya ganado nada todavía.
Vivir como un 'loser' tiene el problema añadido de que, como la ósmosis, se supura e infecta todo lo que te rodea. Hace poco teníamos ejemplos a nivel semanal de entrenadores con discursos ininteligibles o, directamente, sin pies ni cabeza. Sólo hace falta recordar que en esta ciudad se ha defendido a un técnico que directamente despreció al público de Mestalla ("a ver si algún día levantáis vosotros algún partido"), cuando semana a semana queda demostrado que sí, que el estadio blanquinegro exige, pero sólo cuando sabe que el equipo puede dar mucho más. Con la lógica cautela de los apenas seis meses que lleva en el cargo, el actual preparador no echa nada en cara a su gente; más bien, la abraza y cuida con cierto mimo. Puede que con un puntito algo populista, pero ciertamente necesario para 'enchufar' al personal. Si me preguntan, yo no tengo duda sobre qué perfil prefiero. ¿Y usted?
Y conviene no olvidar que también dentro del club se instigó este modelo a base de autocomplacencia y escasa ambición. Imposible borrar de mi mente un acontecimiento tan triste como revelador, apenas horas después de caer eliminados de la Liga de Campeones: un anuncio a toda página en los periódicos valencianos en el que se 'invitaba' al aficionado a ilusionarse con la Europa League, con el muerto todavía caliente. Fue anecdótico, pero muy sintomático de cómo funcionaba el club en diciembre de 2011. ¿Que nos eliminan de la Champions? No hay problema, a por el otro torneo. Un proceso de asimilación que para el aficionado debe durar días, incluso semanas, el tiempo que haga falta antes de volver a competir. No doce horas, como sucedió, porque la imagen es la de un club al que no le importa la eliminación o, peor, que no se consideraba capaz de seguir en la élite europea.
Ya desde la pasada temporada se viene detectando un cambio en la dirección correcta. Una mejora que pasa por la abominación de la excusa, el destierro del derrotismo, las ganas de tener ganas. Y la fuerza motora ha sido la afición, que ha sido la encargada de hacer renacer al club y de marcarle el trayecto a seguir. El hincha había dispuesto su cuerpo y su alma sobre la mesa, entregado a su equipo para que hiciese con él lo que considerase oportuno. Con semejante gasolina, y sin olvidar el impulso extra que han proporcionado los fichajes a golpe del talonario de Lim, era de esperar que tras años de panorama gris se comenzasen a atisbar momentos de necesitado esplendor.
"¡Qué pequeños son! Celebran una victoria ante el Madrid como si hubiesen alzado un título", pensarán algunos. No lo entienden. Ni lo entenderán. No se celebra un partido, sino la forma de ganarlo. No se celebra tumbar a un grande, sino haber sido más gigante todavía durante hora y media. No se celebra el ganar, sino el competir. Luchar. Pelear. El competir como seña de identidad. Y luego, al final del camino, el ganar. No hace falta que venga un asesor clintoniano a recordárselo. Es la ilusión, estúpido.