‘Guts’

Gary, tu equipo carece de agallas. “Your team lacks guts”. Y eso, para un tipo que edificó gran parte de su trayectoria deportiva en echarle bemoles al asunto para compensar sus limitaciones en cuanto a calidad, es un problema capital.


Habrá quien tilde esta pieza de agorera –vivimos en un país libre, después de todo-, pero lo visto ante el Athletic Club no es nada que nos sorprenda a estas alturas en una de las temporadas más decepcionantes de este siglo. Recuerden que DIARIO DE MESTALLA no se caracteriza por los análisis circunstanciales o coyunturales, con fecha de caducidad marcada (concretamente, la del siguiente partido en el calendario), y sí por darle muchas vueltas a las cosas. Intentamos que aquello que escribimos sirva para esta semana, para este mes y, a ser posible, para toda la temporada. ¿Imposible? Quizá. Somos un periódico atípico en un entorno típico donde los haya. Échennos la culpa, si así se sienten mejor.

El caso es que un par de resultados que bordeaban la decencia en Liga y una goleada de dobles figuras en la eliminatoria ante el Rapid de Viena –recordemos, segundo en la Liga Austríaca, lo que da una idea aproximada del nivel (sic) de la Liga Austríaca- habían puesto la maquinaria del humo a funcionar a pleno rendimiento. Ya saben lo que opino del humo: huele raro, no permite ver lo que en realidad tienes delante y, a la mínima que te descuidas, acabas ahogado sin compasión. En fin, nunca me gustó el humo, por lo que verme de pronto rodeado de humareda en un año tan… tan… Eso. Que no cuadraba. Que se empezaba a oír de nuevo en la lejanía el repiquetear de las campanas al vuelo.

Txingurri Valverde devolvió al Valencia a la realidad de un tortazo. Tres tortazos. Y oigan, qué quieren que les diga: no se si decir que el sopapo volvió a doler como siempre o, por el contrario, si nuestras mejillas empiezan a desarrollar cierta insensibilidad a que te pinten la cara con profusión y de forma habitual en tu propio feudo. Escojan entre susto o muerte.

La derrota ante los ‘leones’ comparte ADN con la gran mayoría de las que ha sufrido el equipo este año. Y no voy a hablar de aspectos técnicos, tácticos o físicos. Hoy me gustaría, por fin, poner el foco sobre uno de los aspectos menos analizados pero, a la vez, más importantes de este deporte. Hoy me gustaría hablar de la actitud.

SÍ PERO NO PERO SÍ PERO NO

“Un equipo es el reflejo de su entrenador”. Topicazo con extra de cuñadismo. Me echaría unas risas con ustedes de no ser porque es una verdad como un templo. Miren al Atlético. O al Celta. O al Villarreal. O al Eibar. O al propio Athletic Club. Cuestión de identidad, automatismos, trabajo, trabajo, trabajo. Las cosas no salen porque sí. También de autoridad: en esos clubes, todos saben quién manda. Y, por regla general, aquel que se sale del camino trazado… va por el aire. Que le pregunten a Mandzukic. O a Jackson Martínez.

Tener un líder claro en el banquillo no es garantía de éxito, pero sí es un buen primer paso. En todos los casos, son técnicos que acumulan kilómetros en su hoja de servicio y, casi siempre, batacazos sonados en anteriores etapas. El Cholo ha tenido su cuota de tortas en Argentina, Txingurri Valverde se la pegó en Villarreal, Marcelino salió con los pies por delante de Sevilla, Mendilíbar en Orriols… Podría decirse que pegarse un hostión en las etapas iniciales en los banquillos es requisito indispensable para alcanzar la élite. Experiencia, lo llaman.

A fecha de hoy, el mayor pecado de Gary Neville no es que su Valencia no practique un fútbol atractivo. Ni que no haya mejorado de manera notable su condición física. Ni que los resultados no sean brillantes. Ni el hecho de no haber conseguido extraer el cien por cien de su rendimiento.

El mayor lastre de Gary Neville, tras tres meses en Valencia, es que su equipo carece de ‘guts’. Agallas. Personalidad. Corazón, bemoles, pelotas, huevos. Y eso es un problema muy gordo.

Quizá piensen que exagero. Hagan memoria. La lista de hechos, gestos y anécdotas que respaldan esta teoría es infinita. Ante el Athletic Club vimos dos o tres más. Una de las más recurrentes, y que francamente empieza a tocarme las narices, llegó con los goles. Nunca he soportado a los futbolistas que, en los mazazos al encajar un tanto, gesticulan y hacen aspavientos a sus compañeros para eximir su responsabilidad. Esta temporada, cierto zaguero alemán empieza a ser demasiado reincidente en semejante falta de solidaridad con sus compañeros. Mustafi no está cuajando un buen año, pero no lo hago culpable por eso: todo el equipo no está al nivel exigible. Sin embargo, sólo Skhodran se empecina en alzar los brazos y clamar al cielo de forma tribunera cuando hay un fallo en la retaguardia, cuando ante el conjunto bilbaíno cometió dos o tres errores que o bien costaron goles, o bien estuvieron a punto de hacerlo. En otras circunstancias, lo pasaríamos por alto. La reiteración y la carencia de empatía hacia los compañeros a los que señala ante Mestalla obligan a afearle el gesto. Los líderes de verdad no se comportan así.

En el otro extremo del espectro, el del ‘chichinabo’, encontramos a un Parejo al que retirarle el brazalete de capitán parecía haber servido para liberar a nivel futbolístico. Ha vuelto a marcar en las últimas jornadas y a sentirse importante. Pero, ay, la cabra tira al monte, y su tendencia a arriesgar en exceso en las zonas más peligrosas del campo sigue costando caro. La crítica, de nuevo, no se debe a eso. A Parejo se le debe recriminar su ausencia total y absoluta de sangre en una acción posterior que retrató, una vez más, el escaso trabajo posicional y de marcaje en las acciones a balón parado. Dani notó un leve contacto a su espalda y se dejó caer, sin saber que había sido su propio compañero André quien le había rozado involuntariamente. Mientras uno y otro culminaban la charlotada, Aduriz aprovechó el regalo para cabecear a placer. Intensidad, garra, llámenlo como quieran: al Valencia le falta a espuertas, y su centrocampista más goleador es el ejemplo paradigmático de ello.

Más motivos para la preocupación: las declaraciones públicas. Si bien hay un sector –amplio- que aplaude a aquellos jugadores que se expresan con contundencia ante los micros, es evidente que lavar los trapos en casa siempre será mejor que hacerlo en público. Las palabras de Diego Alves en caliente tras la derrota tienen varias lecturas: la primera, un ‘palo’ a algunos compañeros (“yo no estoy contento, creo que hay jugadores que no están contentos”) y, la segunda, un paso positivo en la dirección de la autocrítica (“a lo mejor falta una chispita más de cada uno”). Ningún jugador del Valencia ha protagonizado este año un ‘raje’ sonado (más allá del Negredo vs Nuno, pero ahí había mucha tela cortada de antemano), pero se ha echado en falta muchísima personalidad primero con Nuno y ahora con Neville en los análisis de la delicada situación del equipo. Análisis grupales, colectivos, no un ‘sálvese quien pueda’. De las crisis se sale todos juntos, o no se sale.

Horas después, teníamos conato de escaramuza entre el propio Alves y Rubén Vezo en pleno entrenamiento. Fuerte marejada. Pero tranquilos, la culpa será de la prensa, el ‘tonto útil’ empleado por el club desde hace tiempo para justificar ‘cerrojazos’ a los medios que sólo perjudican su propia imagen y disculpar los desmanes de una plantilla con serias deficiencias.

Pero lo que verdaderamente indigna, cabrea y preocupa desde fuera es la parsimonia. Los brazos bajados ante la adversidad. La resignación. Esa es la palabra. Este Valencia es un equipo resignado. No reclama, no exige, no pide, no protesta. Al equipo le birlaron un penalti escandaloso nada más arrancar la segunda mitad. Mano de Etxeita dentro del área. No lo vio el árbitro. Bien. Puede pasar. Después de todo, desde hace bastantes años pitar en Mestalla es un placer para cualquier colegiado, ya que el club carece de ningún peso en Federación ni en estamentos internacionales (verbigracia, el atraco en la Youth League y la posterior reafirmación de la UEFA en el error). Pero es inadmisible la ausencia de protestas por parte de los jugadores valencianistas. Negredo, protagonista de la jugada, teórico peso pesado de la caseta, no dijo ni pío. Ningún jugador montó en cólera tras lo ocurrido. Ni presionó al árbitro tras su clamorosa cagada. Nada. Cero. Desde la grada, mi mente voló en el tiempo diez años atrás, y pensaba en la misma acción con Ayala, Marchena, Baraja, Albelda o Cañizares como protagonistas… y me entraba la risa floja. Los ojos inyectados en sangre, la vena hinchada, la mandíbula desencajada de aquellos jugadores en jugadas controvertidas contrastan con la ‘pechofrialdad’ actual. Un rasgo de equipos sin el corazón ni las agallas necesarias para hacerse respetar.

Podríamos hablar de los golpes anímicos que afectan exageradamente al equipo cuando dos de sus referentes (Alcácer y Negredo) fallan ocasiones cantadas, o del hecho de que la excepción honrosa en cuanto a testiculina (Enzo Pérez) tenga un ratio de lesiones para echarse a temblar, o de la infinidad de voces que surgen desde el banquillo (Gary, Pako, Phil, Angulo…) que conllevan confusión a la hora de dar instrucciones en lugar de órdenes claras y concisas, cortitas y al pie. Pero creo que queda claro el argumento. En resumen: este Valencia no tiene carácter. Sí tiene actitud, porque es evidente que quiere mejorar, que quiere ganar partidos y quiere revertir la situación en la que se halla. Pero carece del corazón necesario para hacerlo cuando el fútbol falla o las piernas flojean. Sí… pero no. Sí quiere, pero no cree. Sí sabe –al menos, en teoría-, pero no puede.

Gary, tu equipo carece de agallas. “Your team lacks guts”. Y eso, para un tipo que edificó gran parte de su trayectoria deportiva en echarle bemoles al asunto para compensar sus limitaciones en cuanto a calidad, es un problema capital. Quizá no al nivel de la salida de balón, la disposición táctica del equipo, las transiciones defensivas o el balón parado, pero sí lo suficiente como para hacérselo ver. Un problema que, además, llega con sorpresa desagradable añadida: el carácter no se puede entrenar. Se tiene, o no se tiene. Y cuando no se tiene, no queda otra que comprarlo. Habrá que mover ficha en verano, Mr. Lim.

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