Saber dónde estás

Denis Cheryshev ha demostrado más carácter, garra, implicación y pelotas que prácticamente el resto de la caseta, prolífica en ‘pechofríos’ y futbolistas incapaces de coger la bandera y tirar de sus compañeros para dar un paso al frente.


El Valencia ganó. Y hubo que parar rotativas, porque lo normal era que el Valencia perdiese. De hecho, la posibilidad de caer una vez más fue altísima durante muchos minutos. Alcanzar el bochornoso guarismo de 5 puntos de 30 en juego estuvo más cerca de lo deseado. Por suerte, un gol 'a la virulé' de Negredo y la cabeza de Cheryshev dieron la vuelta a la situación. Los números son ahora de 8 sobre 30, un dato que no es ninguna maravilla pero sirve para respirar en medio de la agonía.

Agonía. Esa, y no otra, es la palabra más adecuada para describir lo que sucede esta temporada en Mestalla. Una agonía sin fin.

Seguro que alguna vez han escuchado a algún entrenador o especialista decir que “el fútbol son dinámicas”. Es condenadamente cierto. Las dinámicas marcan gran parte de los objetivos a corto, medio y largo plazo durante la temporada. A partir de cinco, seis partidos, cualquiera puede obtener un retrato a grandes trazos de lo que es un equipo, de lo que quiere ser un equipo y de dónde está un equipo. Habrá quien les diga que la victoria de esta semana, la primera en Liga en la era Gary Neville, va a ser un punto de inflexión. Habrá quien les diga que a partir de ahora será todo diferente. Habrá quien les diga, incluso, que Europa no está tan lejos y que el Valencia puede protagonizar un sprint final apoteósico para acceder a competición europea.

Sintiéndolo mucho… ese alguien no voy a ser yo. Y les rogaría que no me echen la culpa a mí: échensela a las dinámicas.

Un segundo visionado del Valencia-Espanyol –los lectores de DIARIO DE MESTALLA ya conocen mi afición al sadomasoquismo futbolero- revela que la impresión inicial desde la grada fue acertada: el equipo local estuvo más cerca de perder el partido que de ganarlo. Fue el Espanyol quien, en su infinita bisoñez cara a puerta, dio vida al Valencia. Fue Diego Alves quien, en su eterno rol de héroe bajo palos, dio vidas extra a su equipo. En una reñidísima competición de noventa minutos para ver quién daba más pena a fecha de hoy, fueron los visitantes quienes se llevaron el gato al agua. El partido fue muy malo. Esa, y no otra, es la realidad: que un Valencia horrible remontó un partido en casa a un Espanyol todavía más horrible.

Sí se vio, sin embargo, otra actitud en el equipo. Algo que llevábamos semanas reclamando, vistas las decepcionantes ‘performances’ –por mucho que Gary diga lo contrario en sala de prensa- que presenciábamos jornada tras jornada. Se pasó de un conjunto que intentaba ganar pensando que al final –por simple diferencia de calidad- iba a hacerlo, a un equipo de once tipos desesperados que eran conscientes del pozo de mierda en el que iban a aterrizar de cabeza de no sacar adelante la situación. Por primera vez en mucho tiempo, la desesperación sirvió como acicate positivo. Y eso se debe a que el Valencia –al fin, ¡al fin!- se ha dado cuenta de dónde está.

Los seres humanos, por definición, son reacios a admitir que tienen un problema. Especialmente aquellos que no saben dónde están: la coyuntura en la que se hallan, el entorno que los rodea, aquello que hacen mal, cómo reaccionar en el triunfo y en la adversidad. Hasta hace pocos días, los jugadores del Valencia no sabían dónde estaban. Pese a las derrotas, se lanzaban mensajes en público –Negredo, hace tres semanas- en los que se hacía alusión a los puestos europeos sin titubear. Mensajes que reflejaban el sentimiento de la caseta: “no estamos ganando, vale, pero a poquito que ‘apretemos’…”. Mientras, la hemorragia de puntos seguía imparable. Tuvo que llegar el Barça y su tremendo bofetón, durísimo, para actuar como descarga eléctrica sobre un corazón cada vez más apagado. El 7-0 trajo aparejado el enésimo ridículo a domicilio en el Villamarín y, ahora sí, todas las alarmas encendidas. El vestuario supo, de golpe, dónde estaba. Y Gary Neville supo, también de golpe, dónde estaba.

Los únicos que parecían saber siempre cuál era su lugar eran los hinchas. La gente, azotada este año sin compasión, acostumbrada a soportar sobre sus hombros ridículo tras ridículo y chanza tras chanza, se percató hace semanas de que la dinámica del equipo era la propia de aquel que lucha para no descender a Segunda División. Así de crudo, así de duro para unos aficionados que arrancaban la temporada con los brillos multicolor y las estrellas en el firmamento de la Liga de Campeones. Se les ‘vendió’ un gran equipo del que sentirse orgulloso, no un equipete del que sentir vergüenza.

Ellos fueron los primeros en detectar el problema. Y también fueron los primeros en ponerle solución. Lo hicieron antes del choque ante el Espanyol, en una semana en la que se remó como nunca en la misma dirección, todos a una. Ni siquiera la irrupción mediática de Amadeo Salvo, tan ex presidente como el resto de ex presidentes y, por tanto, tan en su derecho de defender su gestión como todos los demás, sirvió para distraer la atención. Ante el Espanyol, Mestalla volvió a ser un campo que ‘jugaba’. Y se ganó el partido. ¡Quién nos lo iba a decir!

Uno se pregunta –perdonen lo que a algunos les puede parecer ventajismo, pero llevo pensando lo mismo todo el año- qué hubiese sucedido si aquel Valencia de Nuno dubitativo, temeroso, escuálido futbolísticamente en el mes septiembre, hubiese contado con el apoyo incondicional de los ‘supporters’ que llenaron Mestalla ante el Espanyol. ¿Alguien duda de que se hubiese sacado algún puntito más? En lugar de eso, gran parte de la grada –intoxicada sin pudor durante todo el verano, machaconamente, interesadamente– estaba de uñas, esperando al menos fallo para colgar a Nuno del palo mayor. Y los jugadores, encantados de la vida de tener sobre su cabeza el paraguas Espírito Santo para guarecerse de cualquier crítica. Sí, a Nuno se le fue la ‘pinza’ en verano. Sí, su Valencia de principios de temporada era un desastre. Y sí, todavía está por demostrarse que aquel Valencia fuese menos desastre que el terrorífico Valencia de Neville… lo cual no ayuda en absoluto a conciliar el sueño, al menos a servidor, pese a la victoria ante los ‘pericos’.

Por eso no podemos relajarnos. Porque, siendo justos –y, de nuevo, contradiciendo el discurso público de un entrenador que sostiene que los suyos “han merecido” (sic) ganar los últimos cuatro partidos de Liga-, el Valencia pudo empatar e incluso perder ante uno de los peores equipos que han pasado este año por Mestalla. La racha sin ganar se ha roto, pero las sensaciones siguen sin ser esperanzadoras. Es más fácil ganar jugando al fútbol que sin hacerlo, y el Valencia no lo hace. Para desgracia nuestra, no lo hace.

Hablamos de un equipo endeble en defensa, tierno en la medular cuando no está Enzo Pérez, físicamente en la UVI, con problemas eternos de lesiones y sanciones y sin automatismos en el repliegue defensivo, al contragolpe y en las jugadas a balón parado. El aterrizaje de Pako Aiestarán en calidad de segundo entrenador llega para mitigar todas las carencias anteriores, pero habrá que ver hasta qué punto es inmediato su impacto en pleno pico de exigencia de la temporada.

Hablamos de un equipo que, como viene siendo tradición en los últimos años, fundamenta su fortuna en un portero descomunal (sea Diego Alves, sea Maty Ryan, sea el injustamente olvidado Jaume Domenech) y la calidad técnica en su línea de ataque.

Hablamos de un equipo en el que, en apenas dos partidos, Denis Cheryshev ha demostrado más carácter, garra, implicación y pelotas que prácticamente el resto de la caseta, prolífica en ‘pechofríos’ y futbolistas incapaces de coger la bandera y tirar de sus compañeros para dar un paso al frente. El ruso tiene calidad, le sobra calidad, pero sobre todo le pone muchos huevos, y va a ser clave en la salvación de este equipo. Al tiempo.

Hablamos, en definitiva, de que faltan cuatro victorias para poder respirar tranquilos. Doce puntos en catorce jornadas restantes. En condiciones normales, estaría chupado. Pero esta no es una temporada normal. El calendario empieza a empinarse a partir de ahora, con el regreso de la competición europea, en la que el club –que cumple, recordemos, 97 años este mes de marzo- está obligado por historia y dignidad a dejarse la piel sobre el césped. No podemos relajarnos. Ha costado un mundo, pero al fin el Valencia sabe dónde está. Está en un lugar que, por talla, enjundia y solera, no le corresponde. Está cerca del hoyo. Un hoyo cavado palazo a palazo de manera voluntaria y lamentable, pero todavía con posibilidades de salir vivito y coleando de él.

No… No podemos relajarnos. Y la grada de Mestalla, sabia pese a los ladridos desde territorio forastero, es consciente de ello. “En las buenas y en las malas”. Pero, especialmente, en las malas. Como en 1986. Esta vez, toquemos madera, se va a corregir a tiempo. Gracias a Dios.

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