Lo que está bien y lo que está mal

Es el efecto de la ilusión, con su cara oscura: a más esperanzas, a mayores expectativas, mayor es la decepción cuando sufres un revés inesperado. Por eso los globos deben hincharse con realismo y trabajo, y no con espejismos ni cortinas de humo. Cuando el equipo (todo el equipo) no da la talla, el globo se pincha.


Vuelta a las andadas. Hablar bien y en clave positiva de este Valencia es considerado deporte de riesgo desde hace años, dada su impredecible y habitual tendencia a hacer quedar mal a todo aquel que osa poner sobre el tapete conceptos como los de regularidad, personalidad, madurez o competitividad. ¿Qué se le va a hacer? El "mal del comentarista" no sólo se limita al ámbito radiofónico y televisivo; también se dan casos en los que basta con dar una palmadita escrita en la espalda al equipo por el buen trabajo (como hicimos la semana pasada) para que el destino te devuelva su respuesta en forma de bofetón.

El espectacular varapalo del martes en Cornellà-El Prat sigue, días después, sin aparente explicación plausible. En una temporada en la que, admitámoslo, el sorteo había favorecido a los intereses valencianistas a principio de temporada, es inadmisible la manera en la que el equipo ha afrontado una competición que, por si alguien lo había olvidado, sí ilusionaba y mucho a los aficionados. Y no podemos aplicárselo únicamente al partido de vuelta de octavos: el equipo no ha dado la talla en ninguno de los cuatro compromisos disputados en el torneo.

LUGARES COMUNES

Como siempre que hay batacazo, la reacción inicial es la de buscar la recortada en el trastero y comenzar a pegar tiros al aire en todas las direcciones, buscando dar blanco en jugadores, en Nuno, la planificación, la actitud (o la ausencia de ella), en errores individuales… Pocos, muy pocos comentarios hacia el papel del Espanyol. Y menos todavía buscando un análisis algo menos inmediato.

Imagino que sólo así se consigue encontrar una argumentación rápida y barata, echando mano de lugares comunes y frases hechas que, no por habituales, deben ser perpetuadas. Evaluar una hostia de este calibre requiere cierta dosis de frialdad que sólo el paso de las horas confiere. Todas las opiniones son válidas, desde luego, pero sólo aquellas emitidas desde el exterior de las trincheritas (siguen ahí, parece imposible que desaparezcan nunca) son verdaderamente honestas.

Todo día tiene su noche, todo blanco su negro, todo ying se ve reflejado en su yang y tanto o más peligroso que un 'hater' es un 'apologist'. El uso del anglicismo es obligatorio porque, si bien sí existen estos términos en nuestro idioma (los de 'odiador' y 'justificador'), apenas se emplean en este contexto. Han proliferado como setas en ambos casos, aunque en momentos de batacazo sorprende la defensa acérrima de estos últimos, quienes justifican absolutamente todo, divino o humano, con el único fin de excusar, palmear y pelotear, dorar la píldora hasta extremos paroxistas y no demasiado saludables. Si el 'hater' es el que odia por defecto, el que destruye, el incapaz de ver nada positivo en algo o alguien; su opuesto, el 'apologist', tiene paños calientes a mano como para llenar varias lavanderías.

¿Tan complicado es alcanzar un equilibrio entre ambas posturas? No tenemos término medio. No en Valencia.

"Es un equipo en construcción", se justifica. Sí… o no. Si bien hay cierto poso cuya aparición debe producirse después de más de un año de proyecto, existen signos preocupantes de que la construcción del equipo va por un lado, pero que el juego y estilo del equipo no evolucionan a la par. Las últimas dos semanas son la mejor muestra: un partido completo, ciertamente redondo ante el Real Madrid y en el que se atisbaron señas de identidad ilusionantes en el equipo, que ha dado paso a tres actuaciones impropias de un equipo con aspiraciones. El primer aviso llegó en Mestalla ante el propio Espanyol, superior a lo largo del choque pese al 2-1 final; el segundo, de la mano del Celta en Balaídos en otro mal partido del equipo visitante; y el tercero, con el consiguiente descabello y eliminación, en Cornellà-El Prat.

"¡Fracaso total, te has gastado 130 millones en refuerzos!", exclama el sector más crítico. Efectivamente, una inversión en fichajes como la del pasado verano y este mes de enero no se recuerda desde… desde… desde nunca, en realidad. Y poner cien 'kilos' sobre el tapete para que te pinten la cara en octavos de Copa es duro para el valencianista, pero imagino que mucho más para el que pone el dinero o respalda dicha inversión. Al respecto, dos ejemplos muy evidentes: Roman Abramovic no ganó títulos con su Chelsea hasta el final de su segunda temporada, tras poner más de 310 millones en fichajes entre 2003 y 2005; y el Manchester City de Al-Fahim no 'tocó pelo' hasta tres años después de su llegada y tras 'fumarse' casi 500 millones de euros en contrataciones. Visto así, el KO copero tiene referentes a los que agarrarse.

"Es un accidente aislado", esgrime el sector menos crítico. Y tendría razón si lo visto ante el Espanyol fuese el primer ejemplo de un Valencia indolente, superado, timorato, sin ocasiones generadas ni oportunidades de gol. Evidentemente todo el mundo es consciente de que eso no es así. Y no será porque la plantilla no estuviese sobre aviso: dos malos partidos en siete días deberían haber sido suficiente susto. Se podrá culpabilizar a Mustafi por la expulsión en el minuto 13 o a Yoel por la inseguridad que transmite bajo palos y que fue decisiva en el 1-0 de Caicedo, pero no se puede tildar de 'accidente'. Que te caiga un piano en la cabeza mientras paseas por la calle es un accidente. Lo del pasado martes, en cambio, se veía venir a la legua.

"¡Nuno vete ya!", sentencian los más beligerantes. Nuno no se va a ningún lado. Es más, pese a la eliminación, está más fuerte que nunca. La casualidad (¿o es causalidad?) quiso que el Valencia anunciase horas antes del batacazo que el portugués ha renovado su vinculación hasta junio de 2018. Si me preguntan, una continuidad cantada (y posiblemente pactada de antemano) desde que Lim se convirtiese 'de facto' en dueño del club, allá por mediados de agosto tras alcanzar el principio de acuerdo con Bankia. Sólo faltaba plasmarlo en un papel, firmarlo y anunciarlo. Para quien esto escribe, demasiado pronto, demasiado tiempo. Y no significa perder la fe en el proyecto ni en el entrenador: pensaría y opinaría lo mismo si el técnico fuese Quique, Emery, Pellegrino, Valverde, Djukic o el mismísimo Benítez. Aunque, ahora que lo pienso, es poco probable que en todos esos casos se hubiesen ofrecido tres años de contrato extra en una fecha tan temprana.

¿POR QUÉ TANTA MALA LECHE?

La decepción es grande, palpable y complicada de digerir. Adquiere cuerpo y dimensión porque el parroquiano de Mestalla ha podido echar un par de vistazos fugaces a la grandeza que está por llegar, siempre y cuando las cosas se hagan bien. Es el efecto de la ilusión, con su cara oscura: a más esperanzas, a mayores expectativas, mayor es la decepción cuando sufres un revés inesperado. Por eso los globos deben hincharse con realismo y trabajo, y no con espejismos ni cortinas de humo. Cuando el equipo (todo el equipo) no da la talla, el globo se pincha. Esto es fútbol, después de todo.

En el caso del técnico, se le achaca que su discurso dio una relevancia clave a la Copa, pero que sus alineaciones no reflejaron dicha ambición. Con esas decisiones, el entrenador parece haber sentenciado a Yoel de cara al hincha, consciente de la inseguridad que el meta ha demostrado durante los cuatro partidos de Copa del Rey en los que ha gozado de la titularidad. Obviamente un portero de Primera División tiene una serie de cualidades que le han hecho llegar ahí (Yoel no es mal guardameta), pero la prueba del algodón llega en los partidos. Al gallego la responsabilidad le ha pesado como una losa y el colofón llegó con el error que costó el gol de Caicedo en Cornellà. Fallo individual del meta, pero extensible también al que le otorgó la titularidad. Con ese mal sabor de boca como último recuerdo, el resto de la temporada se puede hacer muy dura para un chaval que sabe que tiene cerrada la portería a cal y canto salvo que a Diego Alves le dé un patatús. Y mientras, en la tercera línea pero luchando en los entrenamientos entre semana en Paterna, un Jaume al que su trabajo en la Ciudad Deportiva le ha hecho acreedor al menos de un oportunidad de demostrar su valía. No la tendrá, salvo sorpresa, este año en el Valencia.

Los errores de Yoel, el fallo de Mustafi en la jugada que costó su expulsión… Decía un entrenador durante el partido que no es una cuestión futbolística, sino mental: que dichos errores pueden achacarse también a una ausencia de tensión competitiva palpable, que sí llevó por bandera el Espanyol. Mustafi, sobriedad y fiabilidad típicamente teutonas, comete un desliz por no estar metido en el partido, al igual que el resto del equipo. Y Sergio García, siempre hipermotivado cuando se mide al Valencia, le hizo un hijo en décimas de segundo. Esa tensión, esa concentración, también debe exigirse dentro y fuera: debe nacer del propio jugador, al que no debería hacer falta motivar para choques de esta importancia, pero es el técnico el que debe repetirla y recordarla cuantas veces sea necesario. Lo contrario supone regresar a tiempos pretéritos de irregularidad y oscuridad, que no apetece recordar en absoluto.

La coda para esta crónica de una decepción llega en forma de anécdota que no lo es tanto. La hija del dueño, Kim Lim, ha vivido con intensidad los últimos quince días al lado de su nuevo equipo. Ha vibrado con el choque ante el Madrid, pero también visto en primera persona, en Mestalla y a domicilio, que el fútbol no es pura matemática y que, pese a poseer un mayor presupuesto y mejores jugadores sobre el papel, cualquiera es capaz de mandarte a la lona con dos bofetones. A Kim Lim le faltaba conocer el Valencia en la derrota, y no le gustó demasiado lo que vio. La duda reside en saber si su disgusto está fundado sobre razones de peso, o bien su reacción es aquella del que nunca en su vida ha conocido el sabor del fracaso. A sus 22 años y tomando en consideración su tren de vida, no parece haber probado a menudo las hieles de la incomodidad.

Como decíamos, entre quemar la falla y silbar despreocupadamente como si no hubiese pasado nada hay una enorme y riquísima escala de grises en la que cualquiera puede encontrar acomodo. Ni drama total, ni todo lo contrario. En su carta abierta, además de acertar de pleno en su petición de "pasar al próximo capítulo", Kim comete el error de acusar a aficionados de "dar la espalda" al equipo por caer en Copa. Un reproche, imagino, producto del desconocimiento. Todavía me queda por ver a un hincha acérrimo tirar su gorro al suelo y renegar por completo del Valencia tras un mal partido. Se cagará en la madre de todos los jugadores y le gustaría agarrar por el cuello al entrenador, pero esa frustración se disipa con las horas. Ese hombre o mujer, estimada Kim, estará al pie del cañón la jornada siguiente. Como siempre. Porque es 'su' equipo. Y en esta vida se puede cambiar de empresa, de mujer o de amigos, pero no de colores. En pleno 2015, al seguidor valencianista, al de verdad, ya le han partido la cara en ocasiones suficientes como para saber distinguir lo que está bien de lo que está mal.

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