Retrato robot de Kempes para los sub-30

«Nos seguiremos preguntando qué estadísticas tendría de estar incluido en la nueva edición del FIFA -no bajaría de un 95-. Especularemos mil y una veces respecto a si sería capaz de igualar los registros anotadores de los Messi y Cristiano de turno. Soñaremos con esos tortazos a mano abierta en la Plaza Redonda a la caza y captura del cromo más codiciado.»


El tiempo y la historia son enormemente crueles con el futbolero de raza. El apasionado del balompié que defiende unos colores pero que no renuncia al gozo de disfrutar de jugadores únicos, goles imposibles y equipos de leyenda. Han pasado más de 150 años desde las célebres catorce reglas pactadas entre pintas y licores en la Freemason's Tavern. Tiempo más que suficiente para pasarlo pirata con nuestro deporte preferido… y para perdernos, por desgracia, a muchísimos futbolistas que han dejado su huella en la historia.

Como tantos y tantos aficionados nacidos en los años ochenta, ver en acción a Mario Alberto Kempes fue un privilegio que se nos escapó a todos por un suspiro.

El viejo Betamax de mi padre acabó con los cabezales rotos y desgastados tras grabar cualquier atisbo de cuero y césped que asomase por los incipientes canales de TVE y de UHF. Lo mismo ocurrió con el VHS que provocaría espectaculares discusiones domésticas ante la ingente cantidad de cintas de vídeo que invadían salón, cocina, pasillo e incluso el cuarto de los niños. Era inevitable, teniendo un entrenador en casa, que el niño agarrase el mando alguna vez y le diese por tragarse innumerables partidos de fútbol 'vintage'. Ya saben, si algo les va mal en la vida, échenle la culpa a sus padres y arreando.

No vimos jugar a Kempes en directo, por lo que hablar del Mario futbolista sería absurdo. Muchos analistas, periodistas y aficionados lo han hecho en las últimas tres décadas en líbros, artículos y obras completas dedicadas a la figura del 'Matador'. Respeto total y absoluto, y envidia todavía mayor. El asunto cambia si hablamos del Mario mito, del Mario ídolo, del Mario que perdura. Hace falta ser muy grande para que seguidores valencianistas de quince, veinte, veinticinco años conozcan quién fuiste, qué hiciste, cómo cambiaste la historia.

El primer ídolo de masas de la era moderna en el fútbol valenciano atravesó hace unos días una delicada operación. Sextuple 'by-pass' coronario. Mario aguantó el envite, como hacía cuando los centrales chocaban con su espigada figura. Era imposible derribarlo. Lo sigue siendo. No hay nada mejor que celebrar a un mito en vida.

SE ROMPIÓ EL MOLDE

¿A quién podríamos compararlo en pleno 2014? De nuevo, toca preguntar a los especialistas, a los que lo vieron en acción, al conocimiento de primera mano. La respuesta, por desgracia, es también prácticamente unánime: no ha habido ni hay otro como él.

Si bien es cierto que cada pocos años escuchamos a los rimbombantes parabólicos modernos proclamar el haber encontrado 'al nuevo Maradona' o, más recientemente, 'al nuevo Messi', nunca nadie ha anunciado el advenimiento del 'nuevo Kempes'. Lo que en principio parecía un olvido grosero pero fácilmente comprensible -Mario no tuvo la prensa ni la repercusión mediática de sus compatriotas-, ha acabado suponiendo un signo más de reverencia hacia un futbolista de cualidades únicas.

Decenas de comentarios ayudan a perfilar un retrato robot ciertamente singular. Mario era potencia, habilidad y gol. Kempes aglutinaba en su figura un disparo poderoso con la zurda, un uso sorprendente de la pierna derecha como último recurso, un cambio de ritmo endiablado, un remate de cabeza imparable y un físico inquebrantable durante sus mejores años. Un compendio de cualidades que podrían extraerse en la actualidad a Leo Messi, Ibrahimovic, Cristiano, Diego Costa… Mario era todos y, a la vez, Mario no es ninguno. Kempes era Kempes. Incomparable.

Su singularidad alcanza hasta el punto más vacuo y materialista del fútbol del siglo XXI: el dinero. El Valencia compró al cordobés por 30 millones de pesetas en 1976 y lo vendió por más de 300 millones en marzo de 1981 a River Plate. Sólo cobró 130, pero al menos eso le permitió volver a disfrutar de Kempes durante una segunda etapa, en un regreso que le mantuvo tres años más en Mestalla hasta su marcha definitiva en verano de 1985. 

Preguntar sobre la tasación de Mario en el mercado actual de futbolistas es absurdo, dado que la respuesta siempre es la misma: "Un jugador así, a fecha de hoy, no tendría precio".

HUELLAS ANIMADAS DE UN SUBCONSCIENTE

Los noventa dejaron una terrible noticia para las madres españolas en forma de aparición de canales televisivos privados. Los niños de la época, abrumados por la súbita variedad catódica, pasaban horas frente al aparato. Era la época en la que las tardes de Telecinco aún no eran pasto de lenguaje soez, fornicaciones narradas al detalle y personajes casposos que harían vomitar a una cabra. En aquella época, Oliver Aton era el rey.

(Sí, con ene final, derivada del 'Hutton' de la localización italiana del idioma japonés original y lejos del 'Atom' moderno que lo convierte en infame primo etimológico futbolístico de Jimmy Neutron.)

Ver 'Campeones' de lunes a viernes a las ocho de la tarde era más sagrado que el bocadillo de Nocilla o, para los sibaritas, de leche condensada con Nesquick. Ahí vimos la evolución de Oliver de joven promesa del fútbol nipón a todo un capitán de la selección 'Samurai Blue'. Uno de sus gestos más recordados, por descerebrado y arriesgado, fue el de jugar durante un tramo importante de su trayectoria con una aparatosa lesión en el hombro, que sus rivales se encargaban de castigar cada vez que tenían ocasión. No había vendajes en el mundo suficientes para retenerle, aunque la épica tercera final consecutiva ante el Toho acabase en tablas. Si llega a estar en plena forma, Mark Lenders se hubiese consolidado como el mayor 'loser' de la animación japonesa moderna.

Seguro que más de un padre valencianista flipó en colores al ver a su hijo embobado ante la tele siguiendo las aventuras de un delantero con problemas en el hombro. Ese padre, años atrás, había vivido y presenciado exactamente lo mismo en Mestalla. Efectivamente, uno de los futbolistas que inspiró al mangaka Yoichi Takahashi para el personaje de Oliver fue… Mario Alberto Kempes. El Mundial de 1978 y los seis goles del 'Matador' fueron argumento suficiente para convertir a un dibujante japonés corriente en un fanático del balompié y, de paso, en enemigo público número uno de la Física espacial cortesía de sus estadios de fútbol de inabarcables dimensiones.

Una aparatosa caída en un partido disputado en Alemania en 1980 ante el Karl Ziess Jena -por cierto, cuentan que los teutones, pertenecientes todavía al bloque comunista en aquella época, iban hasta las cejas de anabolizantes- acabó con un hombro dislocado como factura demasiado alta para el jugador y para el Valencia de principios de los ochenta. Ya nunca volvería a ser el mismo.

Hasta por un detalle tan nimio la juventud noventera tendrá al 'Matador' en su subconsciente colectivo: cada carrera de Aton con el brazo inservible y apretando los dientes por el dolor servía como recordatorio a lo visto en Mestalla una década antes, cuando Mario disputó algunos partidos con el brazo en cabestrillo y en condiciones lamentables. El premio por el esfuerzo, en ocasiones, estuvo compuesto de críticas y algunos pitos.

Sirva la anterior anécdota para reflejar la huella, consciente o no, que Mario dejó en sus dos etapas en Valencia. Los ochenta dejaron en la capital del Turia un buen reguero de Marios recién nacidos, y el nombre escogido por sus progenitores no era precisamente un homenaje al fontanero de Nintendo. Las largas melenas proliferaron como setas y trotar por los campos con las medias bajadas se convirtió en habitual. Cada vez que el Valencia jugaba en Mestalla, los turistas se acercaban al campo "a ver a Kempes". Todo un acontecimiento. Fue, sin discusión, el primer futbolista mediático de la historia del club.

DE PADRES A HIJOS, DE HIJOS A NIETOS

Con todo, la mayor fuente de información referente al impacto del 'Matador' en nuestras vidas reside en familiares y amigos. Innumerables padres han contado las excelencias del cordobés a sus retoños. Revivido sus mejores jugadas. Mitificado sus goles más memorables.

No es un fenómeno nuevo. La transmisión de conocimientos por vía oral siempre fue la base sobre la que se sustentó la historia, al menos hasta la aparición del soporte papel para fijar dicho conocimiento. Así nacieron costumbres, tradiciones, mitos y leyendas. Era cierto hace siglos para los hombres de las cavernas alrededor de una hoguera, y lo sigue siendo cuando padre e hijo suben las escaleras de Mestalla rumbo a su asiento en Sillas Gol.

Kempes era uno de los arietes más temibles en Argentina cuando firmó en 1976 por el Valencia. Su llegada da para un rosario de anécdotas que muchos libros han cubierto de forma minuciosa. Desde su desastrosa primera actuación en Mestalla, con penalti errado incluido -"casi la saqué del campo", llegó a decir el ariete- hasta una pena máxima estrellada en el travesaño y que, con el paso de los años, mutó de rechace violento a que "casi llega al centro del campo" debido a la potencia de su disparo. ¿Qué sería de las leyendas sin cierta dosis de exageración?

Eran los tiempos del "no diga Kempes, diga gol" -¿o era al revés?-, de los puros y caliqueños en Tribuna y de una generación de futbolistas que, liderados por el argentino, dejaron huella en Europa por primera vez desde la creación del club. Hasta finales de los años setenta, la trayectoria del Valencia en competiciones europeas había sido casi inexistente, limitándose a dos Copas de Ferias en la década anterior. Kempes ayudó a poner Valencia en el panorama internacional con los triunfos en la Recopa y la Supercopa de Europa en 1980, que se sumaron a la icónica Copa del Rey de 1979 con la senyera y la melena del atacante cordobés como principales elementos de la iconografía del momento.

El Valencia molaba por sí mismo, pero aquello fue algo diferente, algo mítico. Y al igual que ocurrió y ocurre con todos los equipos de leyenda, los Sol, Botubot, Cerveró, Saura, Bonhof, Felman o Kempes pasaron ya a formar parte del imaginario colectivo de la hinchada por siempre jamás. Y sus nombres se consolidaron en comidas en casa de los abuelos, excursiones al pueblo, cenas de Navidad o cualquier acontecimiento familiar en torno a una mesa y en el que surgiese el fútbol como tema de conversación. "Yo vi jugar a Kempes", suelta alguien. Y a partir de ahí, catarata de nostalgia para grabar a fuego su nombre y sus goles en la memoria de los más jóvenes. 

UNA MITIFICACIÓN DEL PUEBLO, PARA EL PUEBLO

Nunca dejará de sorprender -quizá lo llevemos en los genes- la extraña habilidad de los valencianos por no dar la salida que merece a nuestros grandes jugadores. Ver a leyendazas como Lampard o Gerrard dar caña en la Premier mientras tipos como Fernando, con medio millar de partidos en su hoja de servicios, se marchaba discretamente al Wolverhampton a dar sus últimos coletazos como jugador. Kempes no fue un caso diferente. Su primera salida fue en pleno mes de marzo, con el hombro destrozado, algún silbido rondándole la oreja y River Plate como destino. "Me trataron bien mientras metí goles, y mal cuando no lo hice. La crítica, lo mismo. Ni me deben ni les debo", dijo escuetamente en el aeropuerto. El romance estuvo cerca de romperse.

El tiempo, la añoranza y el cariño ayudaron a reencontrar el amor perdido. La segunda etapa de Mario en Valencia fue mucho menos brillante que la primera, y su marcha también fue igual de discreta. Kempes había echado raíces en la capital del Turia -¿y quién no?- y la hinchada, aunque asustada en 1985 por el atisbo de descenso que se consumaría doce meses después, también comenzaba a agradecer al argentino todo lo hecho por la entidad. 

El paso de los años sólo serviría para potenciar ese sentimiento. Cuando llegó el partido homenaje en abril de 1993, Mestalla ya estaba entregada en cuerpo y alma al 'Matador', aunque aquella noche la actuación de Romario y los cánticos de "¡Arturo, suelta los duros!" se llevaron la palma en lo referente a protagonismo. Valdano cimentaría gran parte de su presunta fama definiendo a 'O Baixinho' como "jugador de dibujos animados" cuando, años atrás, Kempes ya había inspirado a un dibujante japonés a crear una de las sagas de anime más míticas de todos los tiempos. Respecto a aquella época Mario, despistado por naturaleza y argentinamente despreocupado -o despreocupadamente argentino, lo mismo da-, no puede ser considerado culpable del uso electoralista que se hizo de su imagen en los ruidosos noventa, que transcurrieron a golpe de 'masclets' y 'tronaors'.

El Valencia actual, después de muchos años, supo estar a la altura de las circunstancias primero con un homenaje en Mestalla bajo la presidencia de Manuel Llorente, y posteriormente nombrando a Mario embajador mundial del club tras el acceso de Amadeo Salvo al sillón presidencial. La imagen e iconografía del 'Matador' sirven, también, para dotar de su particular encanto al proyecto de fidelización que lleva a cabo el Club Blanquinegre. Y por descontado, no debemos olvidar la pleitesía que se rinde al ex futbolista desde la Curva Nord Mario Alberto Kempes, fundada en verano de 2012 y que agrupa la presencia física de 2.300 de los aficionados más jóvenes, pero que representa a la sangre nueva que nutrirá las gradas del estadio -sea el actual Mestalla o el Nuevo- en las décadas venideras. Sólo hay que echar un vistazo a las redes sociales en los últimos días: Kempes ha sido permanentemente 'trend-topic' a nivel mundial, algo más que reseñable teniendo en cuenta la edad del internauta medio -entre quince y treinta años-.

Fue el primer gran rebelde con causa. El primer gran 'look' rompedor. La primera imagen para muchos niños de los setenta que, en plena madurez, vivieron con ansiedad y cierta dosis de temor la operación de Mario el pasado martes. Todo salió bien. El valencianismo sonríe. La mitomanía se mantiene. 

Nos seguiremos preguntando qué estadísticas tendría de estar incluido en la nueva edición del FIFA -no bajaría de un 95-. Especularemos mil y una veces respecto a si sería capaz de igualar los registros anotadores de los Messi y Cristiano de turno. Soñaremos con esos tortazos a mano abierta en la Plaza Redonda a la caza y captura del cromo más codiciado. Porque, como decíamos, no hay nada como celebrar a un mito en vida. Porque Kempes y gol seguirán siendo sinónimos, pase lo que pase, hasta el final de nuestras vidas.

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